La Casa de Dulces en el Bosque Encantado



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un bosque espeso y misterioso, dos hermanos llamados Tomás y Sofía. Un día, decidieron aventurarse más allá de donde nunca habían ido, llenos de curiosidad. Mientras exploraban, se dieron cuenta de que se habían perdido.

"¿Dónde estamos, Sofía?" - preguntó Tomás, mirando a su alrededor con preocupación.

"No lo sé, Tomi. Este lugar se ve diferente, y ya no reconocemos el camino de vuelta" - respondió Sofía, sintiendo un nudo en el estómago.

Mientras caminaban, comenzaron a escuchar un peculiar crujido en las ramas y un aroma dulce flotaba por el aire. Intrigados, decidieron seguir el olor, esperando que los guiara a algún lugar familiar.

Después de un corto rato, se encontraron frente a una casa enorme, hecha completamente de dulces. Las paredes eran de turrón, las ventanas de caramelos, y el techo de galletas de chocolate. Los ojos de los niños brillaron de emoción, olvidando por un momento su miedo.

"¡Mirá, Sofía! Una casa de dulces, ¡es como un sueño!" - exclamó Tomás, salivando.

"No sé, Tomi. Tal vez deberíamos tener cuidado. No hemos visto a nadie por aquí" - dijo Sofía con un poco de temor.

Pero la curiosidad pudo más y, sin pensarlo dos veces, se acercaron a la puerta y la abrieron. Dentro, se encontraron con una bruja amable llamada Matilda.

"¡Hola, niños! Bienvenidos a mi hogar. ¿Les gustaría probar mis dulces?" - dijo Matilda con una gran sonrisa, mientras les ofrecía galletitas de chocolate.

"¿Eres una bruja de verdad?" - preguntó Sofía, con desconfianza.

"Sí, pero no soy una bruja mala. ¡Solo me encanta cocinar y hacer dulces!" - respondió Matilda, haciéndose pasar por una madre preocupada.

"¿No te da miedo vivir aquí, tan lejos de todo?" - preguntó Tomás.

"No, lo que me preocupa es que los niños no se alejen mucho de sus hogares. A veces, el bosque puede ser peligroso" - respondió la bruja, mientras les llenaba las manos de dulces.

Matilda les enseñó cómo hacer galletas y caramelos, y los niños se divirtieron muchísimo. Sin embargo, a medida que pasaba el tiempo, Tomás y Sofía comenzaron a sentir que el día se convertía en noche.

"Matilda, no podemos quedarnos mucho tiempo; nuestros padres deben estar preocupados" - dijo Sofía con tristeza.

"¡Oh, no se preocupen! Ustedes pueden quedarse más tiempo y comer más dulces. No hay prisa" - contestó la bruja con un brillo en los ojos que inquietó a los niños.

De repente, Tomás recordó una historia que había oído sobre brujas que encantaban a los niños con dulces para no dejarlos ir. Esto lo asustó un poco, y decidió hablar con su hermana.

"Sofía, creo que deberíamos irnos. No me gusta cómo nos mira Matilda" - susurró Tomás.

"Tenés razón, Tomi. Vamos a buscar la salida" - respondió Sofía, sintiendo que el ambiente se había vuelto un poco extraño.

Con mucho cuidado, los hermanos comenzaron a buscar la puerta de salida, pero la casa parecía más grande y confusa. La bruja Matilda, al ver que intentaban marcharse, se acercó rápidamente.

"¿A dónde creen que van? Aún no han probado mis mejores dulces" - dijo, pero su voz ya no sonaba tan amigable.

Los niños, asustados, corrieron hacia la puerta.

"¡Necesitamos salir de aquí!" - gritó Sofía mientras Tomás abría la puerta y ambos salían corriendo.

Corrieron a través del bosque, sintiendo cómo la calidez del sol se desvanecía tras ellos, pero no se detuvieron hasta que llegaron a un claro y la casa desapareció de su vista.

"¿Lo ves? No es seguro quedarnos aquí" - dijo Tomás aliviado.

"Sí, y no todo lo dulce es bueno. A veces hay que estar atentos y escuchar nuestra intuición" - respondió Sofía, algo cansada pero satisfecha con su valentía.

Después de un rato de caminar, finalmente reconocieron el camino que llevaban a casa. Al llegar, fueron recibidos con abrazos y preocupaciones de sus padres.

"¡Nunca más nos alejaremos tanto!" - prometieron ambos a la vez.

"Tienen razón, siempre debemos actuar con cautela y valorar lo que tenemos en casa" - dijo su mamá, sonriendo.

Y así, Tomás y Sofía aprendieron que la curiosidad puede ser buena, pero que siempre hay que escuchar a su instinto antes de ir detrás de lo que parece perfecto, porque a veces lo dulce puede ocultar lo amargo. Desde ese día, cada vez que exploraban, lo hacían juntos, seguros y siempre volviendo a casa antes de que se oscureciera.

El bosque ya no les parecía tan aterrador, sino un lugar de aventuras, siempre recordando mantener su valentía y sensatez.

FIN.

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