La Casa de la Alegría
En un tranquilo barrio de Buenos Aires, había una niña llamada Eva. Eva vivía en una hermosa casa pintada de colores vivos. La casa estaba llena de risas, cuentos y, sobre todo, amor. Todos los días, después de la escuela, Eva se reunía con sus amigos en el patio para jugar y compartir historias.
Un día, mientras jugaban a las escondidas, uno de sus amigos, Tomás, tropezó y se cayó.
"¡Ay!" - exclamó Tomás, frotándose la rodilla. "No puedo seguir jugando..."
Eva corrió hacia él: "¿Estás bien, Tomás? Si necesitas ayuda, puedo ayudarte a levantarte."
Con mucho amor, Eva ayudó a Tomás a ponerse de pie. Todos sus amigos se acercaron preocupados.
"No te preocupes, ¡aquí estamos todos para ayudarte!" - dijo Sofía, sonriente.
Mientras se recuperaba, comenzaron a contar historias sobre momentos divertidos que habían pasado juntos en la casa de Eva. Gimnasios imaginarios, aventuras en el parque, y hasta su primer campamento, donde vieron estrellas fugaces.
Con el tiempo, Tomás se sintió mejor y volvió a unirse a sus amigos. Esa tarde, Eva sugirió que hicieran algo especial.
"¿Qué les parece si ponemos en la pared de la casa un mural con nuestras historias?"
Todos se entusiasmaron. Empezaron a pensar en dibujos y palabras que representarían sus aventuras. Cada uno tenía algo que aportar:
"Yo quiero dibujar el parque con los toboganes y la fuente de los patitos" - dijo Ana.
"Yo quiero poner una estrella fugaz y escribir sobre la noche mágica de campamento" - agregó Tomás.
Mientras trabajaban, el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de colores naranjas y rosas.
"Miren, el cielo también está pintando su propia historia" - comentó Sofía.
Al finalizar el mural, cada uno de ellos se paró frente a su obra.
"Es hermoso ver cómo todos juntos podemos crear algo especial" - dijo Eva, mirando el mural con orgullo.
Sin embargo, al regresar de una tarde llena de alegría, se dieron cuenta de que algunas partes del mural habían comenzado a desdibujarse.
"¿Qué pasó con nuestros dibujos?" - se preguntó Sofía, preocupada.
"Quizás necesitamos protegerlo" - sugirió Tomás.
Entonces, decidieron que lo mejor sería hacer una fiesta en la casa para que otros amigos y vecinos también pudieran ver su creación. Todos ayudarían a cuidar el mural.
"Hagamos una invitación especial, con dibujitos y todo" - propuso Eva.
Así que, emocionados, hicieron volantes coloridos y los repartieron por todo el barrio. El día de la fiesta, la casa se llenó de amigos y familiares.
"¡Bienvenidos a la Casa de la Alegría!" – exclamó Eva cuando todos llegaron.
Esa noche, entre risas y música, Eva se dio cuenta de que el amor y la alegría que compartían hacían que su casa se convirtiera en un hogar aún más especial.
La fiesta fue un éxito, y todos disfrutaron del mural. Como resultado, decidieron que una vez al mes, harían una reunión en la casa para compartir nuevas historias y travesuras.
Así, la casa se llenó de alegría cada vez más. No solo era un lugar donde vivía Eva, sino un lugar donde todos podían venir a ser parte de las historias llenas de amor que hacían su barrio un mejor lugar.
Y así, la casa de Eva se convirtió en la Casa de la Alegría, un lugar donde las risas nunca faltaban y cada día era una nueva aventura.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.