La Casa de la Niña Bruja y la Lluvia de Luz



En un pequeño pueblo rodeado de colinas verdes y ríos brillantes, había una casa vieja y misteriosa. Decían que estaba habitada por una niña bruja llamada Lila. Lila no era como las otras brujas que se mencionaban en los cuentos: no soltaba maldiciones ni hacía hechizos malos. Ella tenía una habilidad especial: podía hablar con la lluvia.

Un día, mientras los niños jugaban en el parque, el cielo se tornó de un gris oscuro. Una gran tormenta se avecinaba.

"¡Miren, va a llover!", exclamó Mauro, un niño del lugar.

"Espero que no se inunde el pueblo otra vez", dijo Ana, mirando al cielo con inquietud.

En ese momento, Lila, con su vestido de colores brillantes, apareció ante ellos.

"No se preocupen", dijo con una sonrisa suave. "La lluvia puede ser maravillosa si sabemos cómo aprovecharla".

Intrigados, los niños se acercaron a Lila. Ella los llevó a su casa, donde las paredes estaban cubiertas de dibujos de gotas de lluvia que sonreían.

"¿Pueden escucharla?", preguntó Lila. "La lluvia tiene historias que contar. ¿Quieren aprender?".

Los niños, emocionados, afirmaron con la cabeza.

"Primero, tenemos que invitar a la lluvia a que entre en nuestras vidas", dijo Lila. "Debemos pensar en algo hermoso que la lluvia puede hacer".

Y así, Lila enseñó a los niños a formar un círculo y a cantar en voz alta:

"Lluvia de alegría, ven a jugar, lleno de colores te quiero encontrar".

De repente, una gotita comenzó a caer, seguida de miles más. Pero esta lluvia era diferente: eran pequeñas luces brillantes que iluminaban todo a su paso. Las gotas de luz caían, dejando crecer flores de todos los colores por doquier.

"Miren, ¡están floreciendo!", gritó Ana, saltando de felicidad.

Pero entonces, el viento sopló con fuerza, y la lluvia se tornó más intensa. Las luces comenzaron a desvanecerse.

"¡No! », dijo Lila, preocupada. "Debemos encontrar la melodía correcta para guiar a la lluvia".

Los niños se miraron unos a otros, inseguros sobre qué hacer.

"¡Debemos intentar de nuevo!", dijo Mauro. "Esta vez, cantemos más fuerte y con más ganas".

Los niños enunciaron de nuevo:

"Lluvia de alegría, ven a jugar, lleno de colores te quiero encontrar".

A medida que su canto se alzaba, las gotas de luz volvieron a caer con fuerza, llenando el jardín de alegres colores y risas. La lluvia creó un arroyo brillante por el que todos empezaron a jugar.

"¡Lo logramos!", gritaron los niños con alegría.

Lila sonrió, satisfecha, pero una sombra pasó por su mirada.

"La lluvia también necesita amor, respeto. Debemos cuidar lo que la rodea".

Los niños asintieron.

"Por cada flor que crezca, debemos plantar una semilla", dijo Lila. "¿Quieren ayudarme a cuidar de este jardín mágico?".

Al día siguiente, con palas y regaderas, los niños regresaron a la casa de Lila. Juntos, plantaron flores, arbustos y árboles, creando un lugar lleno de vida y color.

Con el tiempo, las historias de la niña bruja que hablaba con la lluvia se esparcieron por todo el pueblo. Lila y sus amigos enseñaron a todos a cuidar de la naturaleza, a dar amor a cada gota que caía del cielo.

Así, cada vez que llovía, los niños corrían al jardín, donde la lluvia danzaba con las flores y traía consigo un arcoíris de alegría.

Y así, en esa pequeña casa del pueblo, la niña bruja y los niños demostraron que la lluvia no solo era agua del cielo, sino una fuente de vida y amor, siempre que supieran apreciarla y cuidarla.

FIN.

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