La Casa de las Sombras
Era Halloween y un viento frío soplaba en el pequeño pueblo de Esperanza. Martín y Sofía, dos amigos inseparables y un tanto traviesos, decidieron que esa noche sería la ideal para divertirse haciendo algunas 'macanas', como ellos solían llamar a sus travesuras. Con sus disfraces de esqueletos y una linterna en mano, comenzaron su aventura.
"¿Vamos a hacerle una broma a Don Hugo?" - propuso Sofía, sonriendo mientras jugaba con su linterna, iluminando la cara de su amigo.
"¡Sí! ¡Pero también podríamos explorar esa casa abandonada de la esquina!" - respondió Martín, señalando una vieja casa que llevaba años deshabitada. Los dos, emocionados por el desafío, emprendieron su camino hacia la misteriosa construcción.
Al acercarse, sintieron cómo el aire se volvía más denso y las sombras parecían alargarse. La casa tenía un aspecto tenebroso: ventanas rotas, puertas oxidadas y una gruesa capa de polvo que cubría todo.
"Cuidado, Sofía. No sabemos qué hay ahí dentro" - advirtió Martín, pero ella, impulsada por la curiosidad, ya había empujado la puerta. Crac. El sonido resonó en la oscuridad del interior.
"Soy un esqueleto valiente, ¡adelante!" - exclamó Sofía, mientras cruzaba el umbral.
Ya dentro, la luz de la linterna apenas iluminaba las paredes desgastadas. Las sombras parecían jugar en un rincón, como si tuvieran vida propia.
"Eh, ¿escuchás eso?" - murmuró Martín, sintiendo un escalofrío recorrer su espalda.
"No pasa nada, es solo el viento" - dijo Sofía, intentando parecer valiente. Pero, tan pronto como pronunció esas palabras, un susurro helado pareció envolverlos.
"¿Alguien está ahí?" - preguntó Martín, retrocediendo un paso.
En ese instante, un objeto voló por el aire, un caracol antiguo que había caído de una repisa. Ambos se miraron con los ojos como platos.
"Esto es una locura, ¡salgamos de aquí!" - gritó Sofía, pero antes de que pudieran moverse, la puerta se cerró de golpe, dejándolos atrapados.
El lugar comenzó a llenarse de luces parpadeantes y risas extrañas. Era como si alguna fuerza invisible estuviera riéndose de ellos.
"¿Qué hacemos, Martín?" - dijo ella, temblando.
"Tal vez esta casa quiera enseñarnos algo" - sugirió él, respirando hondo. "Podríamos intentar averiguarlo. Si logramos salir, prometo que dejaremos de hacer macanas juntos".
Sofía asintió, aun nerviosa, y juntos comenzaron a explorar. A medida que se aventuraban, descubrieron objetos inusuales: una muñeca antigua con una sonrisa inquietante, un reloj que marcaba la misma hora una y otra vez y, en el salón principal, un espejo cubierto de polvo que parecía reflejar más que sólo sus imágenes.
"Mirá eso, Sofía. Parece que el espejo tiene... otra dimensión" - apuntó Martín al ver cómo algo en el reflejo no coincidía con la habitación real.
De repente, la figura de un niño apareció en el espejo, mirándolos desde el otro lado.
"¡Ayuda! ¡Están en peligro!" - gritó la figura. Sofía y Martín se miraron, confundidos pero intrigados.
"¿Quién sos?" - preguntó Sofía, acercándose con cautela.
"Soy Lucas, fui atrapado aquí hace años. Ustedes tienen que salir antes que sea demasiado tarde. No hagan más macanas, no como yo".
Los chicos comprendieron que sus travesuras podrían tener consecuencias inesperadas, y que su deseo de jugarles bromas a los demás podría haberlos llevado a una situación que nunca soñaron vivir.
"¿Cómo podemos salir?" - preguntó Martín, ahora un poco más decidido.
"El espejo solo se abrirá si hablan desde el corazón y prometen no volver a hacer travesuras. Solo así, el hechizo se romperá" - explicó Lucas.
Sofía y Martín se miraron una vez más y, con las voces entrecortadas por el miedo y la sinceridad, comenzaron a hablar.
"Prometemos dejar de hacer macanas" - dijo Sofía, con la voz firme. "No queremos estar aquí ni lastimar a nadie".
"Lo sentimos de verdad, Lucas. Aprendimos la lección" - agregó Martín, sintiendo cómo la presión en su pecho se aliviaba.
Un momento después, el espejo comenzó a brillar intensamente y, con un fuerte estallido, la puerta se abrió de par en par.
"¡Corran!" - gritó Lucas desde el otro lado, y los chicos no esperaron más. Salieron de la casa a toda velocidad.
Una vez en la calle, el aire frío de Halloween les dio la bienvenida. Miraron hacia atrás y la casa parecía más tranquila, como si también se hubiera aliviado de su carga.
"No puedo creer lo que acaba de pasar" - dijo Sofía, aún temblando.
"Tampoco yo, pero aprendí que las macanas pueden llevarnos a lugares peligrosos. A partir de ahora, seremos más responsables" - afirmó Martín, mientras se alejaban de aquel inquietante lugar.
Y así, esa noche, dos adolescentes aprendieron una valiosa lección sobre la responsabilidad, la amistad y el valor de ser más conscientes de sus acciones. Desde entonces, Martín y Sofía comenzaron a buscar formas más sanas de divertirse, dejando atrás las travesuras, y convirtiéndose en los héroes del barrio en lugar de los traviesos aficionados que solían ser.
FIN.