La Casa de los Colores



Había una vez, en un barrio luminoso, una casa que pertenecía a una niña llamada Pamela. Era una casa alegre, con flores de todos los colores y una puerta amarilla que siempre estaba abierta para recibir a sus amigos. Sin embargo, un día, algo extraño sucedió: una sombra oscura comenzó a llenar su casa. La luz del sol parecía desvanecerse y los colores se iban apagando.

"¿Qué está pasando?" - se preguntó Pamela, mirando su entorno con preocupación.

Sin pensarlo dos veces, decidió investigar. Salió al jardín y se encontró con su amigo Lucas, quien estaba jugando a la pelota.

"¡Lucas!" - gritó Pamela. "Ven rápido, algo raro está pasando en mi casa. La luz se está yendo y todo se ve triste."

Lucas dejó su pelota y la siguió. Al entrar a la casa, ambos niños notaron cómo el sofá, antes brillante, ahora se veía gris.

"Esto es muy raro" - dijo Lucas. "Tal vez necesitamos hacer algo para devolverle los colores a tu casa."

Pamela asintió con determinación.

"Vamos a buscar en el baúl de los recuerdos. Quizás haya algo allí que nos ayude."

Corrieron al rincón del living, donde siempre había un baúl polvoriento. Lo abrieron y vieron juguetes de colores, fotos de risas, y, sobre todo, un frasco lleno de polvo de arcoíris.

"¡Mirá!" - exclamó Pamela. "Es el polvo mágico que nos ayudará a traer de vuelta los colores. Pero... ¿cómo lo utilizamos?"

Lucas pensó por un momento.

"Tal vez debamos recordarnos momentos felices para que el polvo funcione. ¡Hagamos una lista!"

Y así, comenzaron a recordar:

"Cuando fuimos a la feria de la calle y ganamos el primer premio en el juego de aros" - sugirió Pamela.

"O cuando hicimos una pizza en casa y nos ensuciamos de harina" - añadió Lucas.

"¡No te olvides de la vez que construimos una fortaleza con cajas y casi se cae!" - rió Pamela.

Con cada recuerdo, el polvo comenzó a brillar.

"¡Listo! Ya tenemos suficientes recuerdos. Ahora, ¡a esparcir el polvo!" - dijo Lucas emocionado.

Con mucho cuidado, los niños esparcieron el polvo de arcoíris por toda la casa mientras decían juntos:

"¡Vuelve la luz, vuelve el color! Que se llene esta casa de alegría y amor!"

De repente, una ráfaga de luz inunda la habitación, y los colores regresan por todos lados. Las flores en el jardín tiran de sus tonos vibrantes, y la puerta amarilla empieza a brillar.

"¡Funcionó!" - celebró Pamela, mientras sus ojos brillaban de felicidad.

"¡Mirá cómo todo vuelve a ser maravilloso!" - dijo Lucas, saltando de alegría.

Pero justo cuando pensaban que todo estaba bien, la sombra oscura apareció nuevamente. Esta vez más grande y amenazante.

"¿Qué hacemos?" - preguntó Pamela asustada.

"¡No podemos rendirnos!" - dijo Lucas con firmeza. "Quizás esa sombra solo necesita un poco más de recuerdo para disolverse. ¡Hagamos más listas!"

Pamela y Lucas comenzaron a recordar más momentos felices, mientras la sombra se acercaba más.

"Cuando fuimos a la montaña a ver las estrellas..."

"O el día que plantamos flores en la plaza..."

"Cuando nos disfrazamos de superhéroes para una fiesta..."

Con cada palabra, la sombra comenzaba a desvanecerse.

"¡Vamos! Un recuerdo más!" - gritó Pamela.

"Cuando inventamos ese juego de hacer pirámides humanas y terminamos todos en el suelo riéndonos..." - dijo Lucas.

De pronto, la sombra se detuvo. Con un último recuerdo, los niños gritaron juntos:

"¡Te dejamos ir, sombra oscura! Que la luz y los colores siempre estén con nosotros!"

La sombra se desvaneció en un susurro y la casa brilló más que nunca.

"Lo logramos, Lucas!" - exclamó Pamela emocionada.

"Sí, y entendimos que los colores y la alegría siempre están en nuestros recuerdos. ¡Podemos traerlos a nuestra vida siempre que queramos!"

Desde aquel día, jamás olvidaron que la luz siempre vence la oscuridad y que los recuerdos felices son el mejor antídoto contra la tristeza. La casa de Pamela siguió siendo un lugar de risas y colores, donde cada generación de amigos aprendió a celebrar cada momento juntos. Y así, vivieron coloridos y felices por siempre.

FIN.

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