La casa de los espíritus libres
Había una vez en medio de un bosque frondoso, una niña llamada Ana que vivía con su madre y su hermano Miguel.
Su mamá trabajaba todo el día para poder cuidarlos y darles lo mejor, por lo que los dejaba solos durante muchas horas. A pesar de estar acostumbrados a la tranquilidad del bosque, algo les causaba intriga: una casa antigua en ruinas que se encontraba a pocos metros de su hogar.
La casa era misteriosa y parecía estar habitada por sombras extrañas que se movían entre sus paredes agrietadas. Algunas noches, Ana escuchaba ruidos extraños provenientes de allí y veía luces titilantes en las ventanas vacías.
Aunque le daban miedo esas apariciones, sentía curiosidad por descubrir qué pasaba realmente en esa casa abandonada. Un día, mientras jugaban en el jardín trasero, Ana y Miguel vieron salir un haz de luz brillante desde la ventana principal de la casa vieja.
Intrigados pero temerosos, decidieron acercarse sigilosamente para investigar qué ocurría. Al llegar a la entrada principal, notaron que la puerta estaba entreabierta y sintieron un escalofrío recorrer sus cuerpos. "¿Qué crees que haya adentro?", preguntó Miguel con voz temblorosa.
"No lo sé... Pero creo que debemos descubrirlo", respondió Ana decidida a enfrentar sus miedos. Con valentía, los dos hermanos entraron lentamente a la casa antigua.
El interior estaba oscuro y polvoriento, con muebles cubiertos por telarañas y retratos antiguos colgando torcidos en las paredes. De repente, escucharon pasos detrás de ellos y sintieron cómo el aire se enfriaba alrededor. "¡Quién anda ahí!", gritó una voz ronca desde el fondo de la sala.
Ana tomó la mano de su hermano con fuerza mientras avanzaban hacia donde provenía la voz. Para su sorpresa, encontraron a un anciano encorvado sentado junto a una chimenea apagada. Sus ojos brillaban con sabiduría e bondad.
"¿Qué hacen aquí niños? Esta casa está llena de secretos peligrosos", advirtió el anciano con voz grave pero amable. "Solo queríamos saber qué pasa aquí... Nos da mucho miedo", confesó Ana mirando al anciano directamente a los ojos.
El anciano sonrió comprensivo y les contó la historia detrás de aquella casa abandonada: había pertenecido a una familia feliz hace muchos años hasta que un malvado hechicero lanzó una maldición sobre ella.
Desde entonces, la casa estaba habitada por espíritus inquietos atrapados en el tiempo. "Pero ustedes tienen algo especial... La valentía para enfrentar sus miedos", dijo el anciano señalando los corazones valientes de los niños.
"¿Hay alguna forma de ayudar a esos espíritus?", preguntó Miguel intrigado por lo que escuchaba. "Sí... Solo necesitan recordarle al hechicero quiénes eran antes de ser consumidos por su oscuridad".
Con las palabras del anciano resonando en sus mentes, Ana y Miguel regresaron a su hogar determinados a liberar aquellos espíritus atormentados. Armados con valor e ingenio prepararon un plan para desafiar al hechicero malvado y romper así el maleficio sobre la vieja casa.
En una noche sin luna, los dos hermanitos regresaron al lugar encantado dispuestos a enfrentarse al mal ancestral que habitaba allí. Con lámparas encendidas iluminaron cada rincón oscuro mientras recitaban palabras llenas amor recordando tiempos mejores para aquellos espíritus presos.
De repente, una luz cegadora inundó toda la estancia seguida por risas infantiles y cantares felices provenientes del más allá. Los espíritus liberados danzaban jubilosamente celebrando su nueva libertad gracias al coraje e inocencia de dos pequeños valientes dispuestos ayudarles.
Desde esa noche en adelante, nunca más se volvieron a escuchar ruidos siniestros ni ver luces fantasmales en aquella vieja casa abandonada del bosque. Ana y Miguel aprendieron que incluso ante lo desconocido hay siempre espacio para brindar amor, valentia comprensión.
Y así continuaron viviendo aventuras juntos fortaleciendo ese vínculo tan especial entre hermano lleno coraje e imaginación.
FIN.