La Casa de los Relatos Perdidos



En un pequeño pueblo rodeado de colinas, había una misteriosa casa conocida por todos como la Casa de los Relatos Perdidos. La leyenda decía que quienes entraban a esa casa nunca salían, y por eso los niños del pueblo evitaban acercarse. Pero un grupo de amigos, formado por Lía, Tomás y Mateo, decidieron que era hora de investigar.

"¡No puede ser tan aterradora!" – decía Lía, con una mezcla de valentía y curiosidad.

"Quizás solo hay historias para asustar a los niños" – respondió Tomás, tratando de sonar valiente.

"Deberíamos ir a la plaza primero y preguntar a los mayores sobre la casa" – sugirió Mateo.

Los tres amigos se encontraron en la plaza, y se acercaron a la señora Rosa, una anciana que siempre les contaba cuentos.

"Señora Rosa, ¿puede contarnos algo sobre la Casa de los Relatos Perdidos?" – preguntó Lía.

"Oh, querida, esa casa tiene muchas historias. Algunos dicen que es como un libro grande lleno de cuentos enredados" – respondió la anciana, mirando a los niños con una sonrisa.

"¿Entonces, si entramos, podremos escuchar esos cuentos?" – inquirió Tomás.

"No solo escucharlos, sino vivirlos. Pero, tengan cuidado: la casa solo dejará salir a quienes sepan resolver sus misterios" – advirtió la señora Rosa.

Intrigados, los amigos decidieron aventurarse. Cuando llegaron a la puerta de la casa, estaba cubierta de hiedra y su aspecto era sombrío.

"No hay vuelta atrás, amigos. ¡Hay que entrar!" – dijo Mateo, empujando la puerta.

El interior era oscuro y lleno de telarañas, pero pronto se dieron cuenta de que las paredes estaban cubiertas de dibujos que parecían cobrar vida. Los amigos admiraban las imágenes de animales que hablaban, árboles que danzaban y nubes que contaban chistes.

"Esto es increíble" – exclamó Lía, saltando de alegría.

"¡Miren, un libro!" – dijo Tomás, acercándose a una mesa cubierta de polvo. Al abrirlo, una ráfaga de luz iluminó la habitación.

"¡Hola, jóvenes aventureros!" – sonó una voz suave del libro.

"¿Ustedes son los que nunca saldrán?" – preguntó Mateo con temor.

"¡No! Solamente los que no pueden resolver los misterios de la casa no saldrán. Pero si lo logran, se llevarán una historia que jamás olvidarán" – explicó el libro.

Los amigos necesitarían resolver tres enigmas relacionados con las historias que estaban en las paredes para poder salir.

"El primer enigma es: Acércate a la muralla de los cuentos y elige uno, pero cuidado, solo hay uno que es el verdadero" – dijo el libro.

"¿Cómo vamos a saber cuál es?" – preguntó Lía.

"Los personajes de los cuentos están en la pared. Debemos escuchar lo que dicen" – sugirió Tomás.

Cada uno eligió un cuento y, tras escuchar atentamente a los personajes, lograron deducir cuál era el verdadero. Así, pasaron al siguiente reto.

El segundo enigma requirió que tocaran una melodía en un piano viejo que estaba en una esquina. Con su imaginación, improvisaron una canción que llenó la casa de luz.

"¡Lo hicimos!" – gritaron todos juntos.

Por último, el último enigma les llevó a buscar una frase que había sido olvidada. En la habitación de los espejos, vieron reflexiones de ellos mismos mientras buscaban. A partir de sus sueños y sus deseos, encontraron la frase que liberó la casa.

"La creatividad siempre nos guía" – dijo Lía.

"¡Sí! ¡La creatividad nos hace libres!" – añadió Mateo.

"¡Hicimos el trabajo en equipo!" – exclamó Tomás lleno de entusiasmo.

Con esos logros, la casa empezó a brillar, y la puerta se abrió de par en par.

"Gracias, jóvenes aventureros. Ahora pueden marcharse con historias y recuerdos que les acompañarán siempre" – dijo el libro mientras flotaba hacia ellos.

Los tres amigos salieron de la casa riendo.

"¿Sabías que la Casa de los Relatos Perdidos era una aventura increíble?" – dijo Mateo.

"Sí, y nosotros somos los héroes de nuestra propia historia" – afirmó Lía.

Desde ese día, la casa dejó de aterrorizarlos y, en cambio, se convirtió en un lugar al que volvían a menudo, llevando nuevos amigos a vivir su propia aventura musical llena de creatividad.

FIN.

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