La Casa de los Sonidos Mágicos



Había una vez, en un pequeño pueblo argentino, una casa vieja que todos decían que estaba embrujada. La llamaban la 'Casa de los Sonidos Mágicos'. Los chicos del barrio, llenos de valentía y curiosidad, siempre se preguntaban qué habría en su interior. Un día, un grupo de amigos decidió aventurarse y descubrir la verdad detrás de los misteriosos ruidos que salían de esa casa.

Los protagonistas eran Lucas, un niño valiente; Sofía, una chica muy inteligente; y Tomás, un amante de los cuentos de terror. Juntos, se acercaron a la casa cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas.

"¿Estás seguro de que queremos hacer esto?", preguntó Tomás con un ligero temblor en su voz.

"Sí, ¿qué puede salir mal?", respondió Lucas con una sonrisa valiente.

Sofía miró a sus amigos y dijo: "Lo primero que tenemos que hacer es recordar que los ruidos pueden tener explicaciones. Vamos a ser detectives y descubrir qué hay detrás de la fama de esta casa."

Los chicos entraron a la casa; el chirrido de la puerta sonó como un lamento. La oscuridad los rodeaba, pero la curiosidad era más fuerte que el miedo. Empezaron a explorar, y pronto escucharon un ruido extraña desde el piso de arriba.

"¿Escucharon eso?", preguntó Sofía, tratando de ocultar su temor.

"Sí, un fantasma seguro", murmuró Tomás, intentando hacer una broma que no le salió muy bien.

Con cada paso, los ruidos se hacían más claros: crujidos, susurros y hasta un leve canto. Al llegar a la habitación de arriba, encontraron una puerta entreabierta. Con mucho cuidado, empujaron la puerta. Para su sorpresa, en el centro de la habitación había un viejo piano cubierto de polvo.

"Esto tiene sentido", dijo Sofía. "Los ruidos debían de venir de aquí. Quizás el fantasma sea un músico que no puede dejar su piano."

Lucas se acercó al piano y tocó una tecla. De pronto, se escuchó una melodía mágica que resonó por toda la casa. "¡Miren!", exclamó. "No hay ningún fantasma, solo un piano encantado."

En ese momento, una sombra apareció detrás de ellos. "¿Quién se atreve a tocar mi piano?", preguntó una figura luminosa que se fue acercando.

Los chicos se quedaron petrificados con el corazón latiendo rápido. "No, no es un monstruo, es un espíritu de la música", dijo Sofía, tratando de calmar a sus amigos.

La figura sonrió y se presentó: "Soy el espíritu de la música, y estoy aquí para agradecerles por liberar mi melodía. La casa estaba llena de tristeza, pero su curiosidad y valentía le han devuelto el brillo."

"¿Por qué estabas triste?", preguntó Tomás, todavía algo temeroso.

"Porque nadie se atrevía a entrar. La gente le tuvo miedo a los ruidos y no se dio cuenta de que era solo el eco de las hermosas melodías que había creado“, explicó el espíritu.

"¿Y qué podemos hacer para ayudar?", preguntó Lucas con entusiasmo.

El espíritu les sonrió y dijo: "Pueden ayudarme a compartir mi música. Si tocan el piano y cantan, llenarían esta casa de risas y alegría, y yo podré descansar en paz."

Los chicos se miraron y decidieron que sería una gran aventura. Sofía se sentó al piano, Lucas comenzó a cantar, y Tomás se unió con palmas. Pronto, la casa llena de risas y música hizo que todos los viejos recuerdos tristes se disolvieran en la risa y la alegría.

La oscuridad se fue disipando, y el espíritu les dio las gracias. "Gracias, pequeños amigos. Ahora la casa ya no es embrujada; es un hogar lleno de música y felicidad. Siempre estaré aquí en las notas que toquen."

Los chicos se despidieron, y al salir, notaron que la casa ya no parecía tan aterradora como antes. Había un nuevo brillo que reflejaba la música en sus corazones.

Desde ese día, en lugar de llamarla "Casa de los Sonidos Mágicos", el pueblo decidió llamarla "La Casa de la Alegría Musical". Lucas, Sofía y Tomás aprendieron que a veces, lo que parece aterrador es solo una historia que espera ser contada y que con valentía y curiosidad, a veces se encuentran cosas maravillosas.

Y así, con cada melodía que resonaba en esa casa, los chicos recordaban que la verdadera magia está en el amor y la alegría compartida.

FIN.

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