La Casa de los Sorpresas
Había una vez, en un pequeño vecindario, una casa que todos consideraban espeluznante. Las ventanas estaban cubiertas de telarañas y la puerta chirriaba cada vez que alguien pasaba. Los niños del barrio se contaban historias aterradoras sobre ella. Se decía que dentro habitaba un monstruo. Sin embargo, todos sabían que en esa casa vivía Doña Rosa, una señora que, aunque un poco misteriosa, siempre saludaba con una sonrisa.
Un día, un grupo de valientes niños, liderados por Lucas, decidió que era hora de descubrir la verdad.
"No puede ser tan aterradora como dicen", dijo Lucas.
"Vamos, no hay que tener miedo. ¡Es solo una casa!", agregó Julia, la más atrevida del grupo.
"Pero, ¿y si hay un monstruo de verdad?", cuestionó Martín, un poco asustado.
"¡No hay monstruos! Más bien, tal vez haya dulces y sorpresas", respondió Nico, tratando de animar a sus amigos.
Con determinación, los cuatro amigos cruzaron la calle y se acercaron a la gran puerta de madera. Al empujarla, la puerta se abrió con un crujido, y entraron. Para su sorpresa, en lugar de un caos aterrador, se encontraron con un acogedor hogar pintado de rosa. Las paredes estaban decoradas con hermosos cuadros, y había sillones de piel que parecían muy cómodos.
"¿Esto es un sueño?", exclamó Julia, mirando a su alrededor.
"¿Dónde está el monstruo?", preguntó Martín, aún un poco titubeante.
"Quizás nunca existió", sugirió Lucas, mientras exploraban la casa.
De repente, apareció Doña Rosa, llevando una bandeja llena de galletas recién horneadas.
"¡Hola, chicos! ¿Vienen a visitarme?"
Los niños se miraron sorprendidos, pero se animaron al ver la sonrisa de Doña Rosa.
"Sí, queríamos ver si realmente era tan espeluznante como decían", dijo Lucas, tímidamente.
"Yo no soy espeluznante, mi casa es solo un poco diferente.
¡Pueden tocar cualquier cosa y probar las galletas!", le respondió Doña Rosa.
Los niños comenzaron a reírse y a disfrutar cada rincón de la casa. Jugaban, comían galletas y escuchaban las historias de la señora.
"¿Por qué nunca nos invitaste a jugar?", preguntó Nico.
"Porque a veces, me da miedo acercarme a los niños. Creí que pensarían que soy rara. Pero ustedes, son muy valientes", dijo Doña Rosa con dulzura.
Con cada galleta, los miedos de los chicos se desvanecían y poco a poco comprendieron que la verdadera belleza está en lo que no vemos a simple vista.
"No hay que juzgar a las personas por la apariencia de su casa", reflexionó Julia.
"Y tampoco hay que tener miedo de conocer a los demás", añadió Martín.
Desde aquel día, la casa de Doña Rosa se llenó de risas y juegos. Sus nuevos amigos la visitaban cada semana, y juntos aprendieron que lo desconocido puede ser increíblemente maravilloso.
Y así, la casa espeluznante se convirtió en el lugar más querido de todo el vecindario, lleno de amistad y risas, demostrando que las apariencias a veces engañan.
FIN.