La Casa de los Sueños



Había una vez en un pequeño pueblo, una casa llena de risas y amor. En esa casa vivía una familia muy unida: Papá, Mamá, el Abuelo y su pequeña niña, María. En cada rincón de la casa había una historia que contar.

Un día, mientras María jugaba en el jardín, escuchó a su papá hablando con su abuelo.

"¿Sabés, abuelo? Estoy pensando en hacer algo especial para la casa", dijo Papá, mientras miraba las estrellas.

"¿Algo especial? ¿Qué tenés en mente?", preguntó el Abuelo, curioso.

María se acercó sigilosamente, intrigada por la conversación.

"Quiero que hagamos un mural en la pared del patio. Un mural que represente todo lo que amamos", continuó Papá.

María sintió un cosquilleo de emoción. Su papá siempre tenía ideas geniales. Pero después, pensó: "¿Qué pasaría si no supiéramos qué dibujar?". Su mente comenzó a llenarse de imágenes.

Esa noche, mientras cenaban, María les planteó su preocupación.

"¿Y si no sabemos qué dibujar en el mural?"

Mamá sonrió y respondió, "Eso no es un problema, María. Podemos buscar las cosas que amamos juntos".

"¿Como qué?" preguntó María.

"Podemos pensar en los momentos que hemos compartido en esta casa", sugirió el Abuelo, que estaba escuchando con atención.

"¡Sí!", exclamó Papá, "Por ejemplo, aquel verano que hicimos la picada en el patio, o el día en que plantamos las flores juntos."

"O cuando hicimos una obra de teatro y te disfrazaste de unicornio!", recordó Mamá entre risitas.

María se sintió aún más emocionada, pero luego se preocupó de nuevo.

"¿Pero y si a alguien no le gusta lo que dibujamos?".

Mamá acarició su cabeza y le dijo, "Lo importante es que sea un reflejo del amor y la alegría que compartimos aquí. No se trata de lo que le guste a los demás, sino de lo que sentimos nosotros".

Al día siguiente, pusieron manos a la obra. Con pinceles y pintura, empezaron a crear el mural. Pero el primer intento fue un desastre; los colores se mezclaron y las formas no eran lo que esperaban.

"¡Ay, esto no está quedando como pensaba!", exclamó Papá, desilusionado.

"¡Vamos, no hay que rendirse!", dijo el Abuelo. "Siempre se puede volver a intentarlo. El arte no tiene reglas, es un reflejo de nosotros, de nuestra creatividad".

Con nuevas energías, decidieron hacer un picnic en el patio y discutir de nuevo sobre lo que amaban. Mientras comían, cada uno empezó a contar pequeñas historias sobre momentos felices.

"Recuerdo esa tarde que hicimos una tormenta de globos", dijo María.

"¡Sí! Y todos terminó empapados de agua!", se rió Mamá.

"¡Eso se debe ir en el mural!", gritó María entusiasmada.

Y así, cada uno fue aportando sus ideas. El abuelo sugirió incluir una gran lámpara, en honor a las noches que pasaban contando cuentos. Papá decidió añadir las flores que habían sembrado juntos. Y Mamá pensó en incluir un gran árbol bajo el cual siempre jugaban.

Los días pasaron y con ellos, el mural fue tomando vida. Cuando finalmente terminó, todos se quedaron mirando su obra maestra. Era un hermoso mosaico de recuerdos: risas, juegos, miel en pan, y amor.

"Mirá lo que hicimos", dijo Papá emocionado.

"¡Es perfecto!", exclamó María, salpicando con pinceladas de alegría.

Pero un día, un grupo de niños del barrio pasó y se rieron de su mural.

"¡Eso queda horrible! ¿Qué dibujaron?", dijeron burlándose.

María se sintió triste y corrió a refugiarse con su mamá.

"¿Por qué tuvieron que decir eso?", preguntó con lágrimas en los ojos.

"Siento que no valió la pena...".

Mamá la abrazó fuerte y le habló con ternura. "María, no todos tienen que entender lo que hicimos. Este mural es una expresión de nosotros mismos, nuestras vivencias y la familia. No importa lo que piensen los demás; lo importante es cuánto amamos este lugar."

María sonrió entre sollozos.

"¿De verdad importa?"

"Totalmente. Lo que importa es que lo hicimos juntos. Cada trazo y cada color está lleno de amor. Y eso es lo que verdaderamente cuenta", la reconfortó Mamá.

Con el apoyo de su familia, María se sintió más fuerte y decidió compartir su historia con sus amigos. Un miércoles, organizó una pequeña reunión en el patio y les enseñó su mural.

"Este mural representa nuestras aventuras juntos. Y aunque no todos lo entiendan, cada uno de ustedes ha sido parte de mis recuerdos aquí".

Sus amigos se sorprendieron y comenzaron a disfrutar mientras escuchaban las historias de cada dibujo. Desde ese día, los pequeños se sintieron inspirados y decidieron hacer su propio mural, lleno de sus propios recuerdos.

Finalmente, María aprendió que la verdadera belleza de cualquier creación está en el amor que ponemos en ella y en las historias que compartimos. La casa siguió siendo ese lugar mágico, lleno de risas, amor, y un hermoso mural que contaba su historia. Y así, con cada nueva aventura, la familia siguió creciendo y creando en la Casa de los Sueños.

FIN.

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