La Casa de los Sueños



Era un día soleado cuando Nicolás, un niño un poco nervioso y muy curioso, decidió explorar su barrio. Tenía un gran deseo de aventura, pero también siempre sentía un cosquilleo en el estómago cuando se encontraba con algo desconocido. Desde hacía tiempo, había notado una casa que se alzaba al final de la calle donde vivía, una casa extraña llena de colores brillantes y formas raras. Nadie en el barrio hablaba de ella, pero Nicolás siempre veía luces en la ventana, como si la casa tuviera vida.

Nicolás tomó una decisión: ese día iba a acercarse a la casa. "Voy a ser valiente", se dijo, aprisionando su pequeño corazón que latía rápido. Con pasos titubeantes, se acercó y tocó el timbre. "Toc, toc", sonó. Esperó nervioso por unos segundos, y de repente, la puerta se abrió lentamente.

Ante él apareció una anciana de cabello canoso y ojos chispeantes. "¡Hola, pequeño! ¿Quieres pasar? Soy Doña Lila, la dueña de esta casa fantástica", dijo sonriente.

Nicolás, aún un poco nervioso, asintió con la cabeza y, con un susurro, respondió: "Hola, Doña Lila". Al entrar, se encontró con un mundo que nunca había visto. Las paredes estaban llenas de dibujos que parecían moverse y en cada rincón había juguetes de todas las formas y tamaños.

"¡Wow! Esto es increíble", exclamó Nicolás.

"Todo esto es parte de mi magia. Aquí los sueños se hacen realidad", contestó Doña Lila mientras le ofrecía un dulce de colores. Nicolás, entusiasmado, corrió a jugar, olvidándose de su nerviosismo.

Pero mientras exploraba la casa, encontró un pequeño pelotero en el que había numerosas pelotitas brillantes. Cuando las tocó, se escuchó un sonido alegre, como música de risas. "¿Qué es esto?", preguntó con asombro.

"Son las pelotitas de los sueños, cada una representa un sueño de los niños que han venido aquí. Pueden volar y hacer que se cumplan", explicó Doña Lila con una gran sonrisa.

"¿Puedo probar?", se aventuró Nicolás, cada vez más curioso.

"Por supuesto, pero debes tener un deseo sincero en tu corazón", le sugirió Doña Lila.

Nicolás pensó por un momento. "Deseo sentirme más valiente", declaró, sintiendo que su corazón palpitaba cada vez más fuerte por la emoción.

De repente, una de las pelotitas iluminó un color brillante y comenzó a flotar hacia él. Nicolás la alcanzó con su mano y, al instante, un suave viento lo envolvió. Santificando su inquietud, aseguró: "¡Está funcionando! ¡Soy valiente!"

Doña Lila lo alentó: "Cuando uno desea algo de verdad y se atreve a dar el primer paso, la magia comienza a suceder". Nicolás se sintió como si estuviera en la cima de una montaña y sus miedos se desvanecieran.

"Pero, ¿qué pasa si vuelvo a sentirme nervioso?", preguntó el niño, un poco preocupado por la posibilidad de no poder mantener ese nuevo valor.

"Eso está bien, todos sentimos miedo a veces. Lo importante es enfrentar esos sentimientos y recordar que dentro de vos llevas la valentía”, le respondió Doña Lila.

Nicolás sonrió y continuó jugando, sintiéndose más seguro de sí mismo. Al llegar la tarde, se despidió de la anciana y le prometió que regresaría nuevamente. "Gracias por ayudarme a sentirme valiente", le dijo con un guiño.

Al regresar a su casa, Nicolás llevaba una sonrisa en el rostro. Había aprendido que la valentía no significa no tener miedo, sino hacer cosas a pesar de ese miedo. "La próxima vez, iré aún más lejos", se dijo a sí mismo.

Y así, cada vez que pasaba por la extraña casa de Doña Lila, una chispa de valentía lo acompañaba, recordándole que, a veces, los mayores tesoros se encuentran al dar el primer paso hacia lo desconocido.

FIN.

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