La Casa de los Sustos



Era una fría noche de invierno en el pequeño pueblo de Villa Tushoz. La nieve cubría el suelo y las luces parpadeaban por doquier, creando una atmósfera mágica, aunque un tanto aterradora. En el centro del pueblo se encontraba una antigua casa, conocida como la Casa de los Sustos. Todos los niños del lugar hablaban de ella con susurros y miradas temerosas.

Un grupo de amigos, conformado por Lucas, Sofía y Mateo, decidió que esa noche era el momento perfecto para explorar la misteriosa casa. Con sus bufandas bien ajustadas y muchas ganas de aventura, se acercaron a la puerta de la Casa de los Sustos.

"¿No te da miedo, Sofía?" - preguntó Lucas con un guiño de complicidad.

"No, para nada" - respondió ella, aunque en su interior un pequeño escalofrío recorría su espalda.

"Vamos, no hay nada que temer" - dijo Mateo, tratando de sonar valiente mientras miraba la enorme puerta que crujía con el viento.

Con un fuerte empujón, lograron abrir la puerta y el aire helado los envolvió. Al principio todo estaba en silencio, pero entonces, un extraño sonido resonó dentro de la casa, como si alguien estuviera moviendo muebles. Los tres amigos se miraron con ojos desorbitados.

"¿Escucharon eso?" - preguntó Mateo, aferrándose a la bufanda de Lucas.

"Sí, pero solo es el viento" - respondió Lucas, intentando sonar más seguro de lo que realmente se sentía.

Mientras exploraban, comenzaron a encontrar objetos viejos cubiertos de polvo y telarañas. De repente, Sofía tropezó con algo que parecía un viejo sombrero. Al levantarlo, un espejo antiguo apareció reflejando la imagen de un viejo espantapájaros que los miraba con ojos saltones.

"¡Ay, Dios mío!" - gritó Sofía, dando un salto hacia atrás.

"¡Eso es un espantapájaros!" - exclamó Mateo, riendo nerviosamente. "No puede asustarnos así."

"Claro que sí, estamos en una casa embrujada" - dijo Lucas, intentando mantener la calma mientras su corazón latía a mil por hora.

Pero lo que no sabían es que el espantapájaros era solo un juguete que había sido olvidado hace muchos años, al igual que otros objetos extraños que encontraban. Decidieron seguir explorando cuando, de repente, un gato negro saltó frente a ellos.

"¡Un gato!" - gritaron al unísono, abrazándose todos entre sí.

"Es solo un gato" - dijo Sofía, tratando de reírse. Pero el gato comenzó a maullar, lo que hizo que se sintieran aún más nerviosos.

Riendo y asustándose de cada sombra, continuaron su aventura. Sin embargo, en un momento, se dieron cuenta que la casa no solo tenía sustos, también tenía secretos. En una habitación oscura, encontraron un diario lleno de dibujos y relatos sobre las aventuras de quienes vivieron allí.

"Miren, es un diario" - dijo Lucas emocionado.

"Parece que este lugar tenía una familia que lo cuidaba, no era solo una casa embrujada" - añadió Sofía, leyendo en voz alta.

El diario hablaba de cómo esos antiguos dueños creaban bromas para divertirse y asustar a sus amigos, convirtiendo el miedo en risas. Entendieron que la casa no estaba embrujada, sino llena de historias divertidas.

Emocionados por su descubrimiento, decidieron hacer una broma para contarle a los demás niños del pueblo. Juntaron todo lo que habían encontrado y lo prepararon todo para que al siguiente día, cuando los otros niños se acercaran, se llevaran un buen susto, pero sabiendo que todo se trataba de una broma amistosa.

"¡Esto será genial!" - dijo Mateo.

"Sí, así todos entenderán que los sustos pueden ser divertidos" - agregó Sofía.

Al día siguiente, los tres amigos estaban listos para recibir a los demás niños. Al caer la tarde, los chicos se juntaron y al entrar les sorprendió la decoración rápida con los objetos de la casa, pero también la risa contagiosa de Lucas, Sofía y Mateo.

"¡Sorpresa!" - gritaron.

El grupo estalló en risas al ver el antiguo espantapájaros, los cuentos que habían hecho y cómo hicieron de ese lugar un sitio de diversión y no de miedos. Desde ese día, la Casa de los Sustos se convirtió en un lugar donde todos los niños del pueblo podían jugar y contar historias, transformando el miedo en risas y la oscuridad en luz.

Y así, aprendieron que muchas veces aquello que parece aterrador puede ser, al final, un motivo de diversión.

"¿Listos para una nueva aventura?" - preguntó Lucas.

"Siempre"  - respondieron todos al unísono con una sonrisa.

FIN.

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