La Casa de los Susurros
En un pequeño pueblo rodeado de bosques densos, había una casa antigua conocida por todos como "La Casa de los Susurros". Había muchas leyendas sobre ella, y los niños del lugar solían contar historias aterradoras. Un día, un grupo de amigos aventureros, formado por Lola, Tomás y Lucas, decidió explorar la casa.
Antes de entrar, Lucas, el más valiente del grupo, dijo "No hay nada que temer, son solo historias. Vamos a demostrarles que no pasa nada".
Lola estaba un poco nerviosa. "Pero mis abuelos siempre me dijeron que no nos acercáramos. Dicen que por la noche se oyen voces y susurros extraños".
Tomás, tratando de animar el ambiente, respondió "Son solo cuentos, ¿quién creen que nos estará hablando? Vamos a entrar".
Así fue como entraron en la casa. Las puertas crujían y el aire estaba impregnado de un olor a humedad y polvo. Mientras recorrían las habitaciones, comenzaron a escuchar susurros que parecían venir de las paredes.
"Escucharon eso?" preguntó Tomás, su voz denotando un ligero temblor.
"Es solo el viento", insistió Lucas, tratando de parecer valiente. Pero en el fondo, una sensación escalofriante comenzaba a apoderarse de ellos.
Mientras exploraban, encontraron una antigua habitación con un espejo cubierto de polvo. Lola se acercó y, al limpiarlo, vio una figura borrosa reflejada en el cristal.
"¡Miren!" gritó. Lucas y Tomás se apresuraron a mirar, pero lo que vieron fue solo el reflejo de ellos mismos.
"Es solo un juego de luces" dijo Lucas, tratando de restarle importancia. Pero Lola estaba inquieta.
Decidieron seguir investigando, y en el próximo cuarto encontraron una caja vieja llena de juguetes rotos. Cuando Tomás la abrió, una ráfaga de aire frío los envolvió y, por un momento, pensaron que escucharon risas de niños.
"¿Nos están jugando una broma?" preguntó Tomás, nervioso.
"No me gusta esto. Deberíamos irnos" propuso Lola, pero Lucas, ansioso por descubrir más, insistió. - “No podemos ser gallinas. ¡Venid! ”
A medida que se aventuraban por los pasillos, los susurros se intensificaron. "¿Quién anda ahí?" preguntó Lola con voz temblorosa. Una sombra se movió rápidamente y, presa del pánico, todos decidieron correr hacia la puerta.
Pero, cuando llegaron a la salida, descubrieron que estaba cerrada.
"¡Estamos atrapados!" chilló Tomás, mirando frenéticamente a su alrededor.
Los susurros se volvieron más claros: "No tengan miedo", decía una voz suave y agradable.
"¿Quién eres?" preguntó Lucas, sintiéndose más valiente.
"Soy la guardiana de esta casa. No vine a asustarlos". La sombra se materializó en la forma de una niña que parecía triste. "He estado sola aquí por muchos años, nadie viene a jugar conmigo".
Los amigos se miraron confundidos. "¿Cómo puede ser?", dijo Lola. "¿Por qué puedes hablar?"
"He sido olvidada, pero sus risas y su valentía me han devuelto la esperanza".
Intrigados, Lucas y Tomás se acercaron a la niña. "¿Qué necesitas de nosotros?" preguntó Tomás.
"Solo quiero jugar y tener amigos. No tengo intención de asustarlos, solo quería que vengan a conocerme".
A partir de ese momento, los niños decidieron ayudar a la niña. Pasaron horas jugando con ella en la casa, cada vez más alegres y despreocupados. Ella les mostró lugares que nunca habrían imaginado: un jardín secreto lleno de flores que brillaban en la oscuridad y un sótano donde había un árbol de cristal que parecía mágico.
Al final de la tarde, el aura de miedo que había envuelto la casa se desvaneció, y el lugar se llenó de risa y amistad. "Gracias por venir y por no tenerme miedo", dijo la niña antes de que ellos se fueran.
"Prometemos volver" - dijeron al unísono.
Cuando salieron de la casa, la puerta se abrió con un suave clic y, al mirarse, notaron que el sol se ponía y la casa brillaba con una luz cálida. "Esta casa no está embrujada", reflexionó Lola. "Solo necesitaba un poco de compañía".
"Sí", dijo Lucas, sonriendo. "A veces, los lugares que parecen aterradores solo esperan que alguien se atreva a conocerlos".
Desde ese día, la Casa de los Susurros se convirtió en el lugar preferido de los amigos, donde la risa y la amistad reinaban, y la niña, ahora llena de alegría, siempre esperaba su regreso.
FIN.