La Casa de los Susurros



Era una noche oscura y tormentosa en la pequeña aldea de Valle Tranquilo. Las calles estaban desiertas, y solo el sonido de la lluvia golpeando los techos se escuchaba en la lejanía. En este pueblo, se contaba la leyenda de una vieja casa al final de la calle, conocida por todos como "La Casa de los Susurros". Nadie se atrevía a acercarse, pues se decía que en su interior se escuchaban murmullos extraños que provenían de sombras que cohabitaban en la oscuridad.

Un grupo de amigos, Valentina, Lucas y Mateo, decidieron que era hora de descubrir la verdad detrás de la casa. "¡No puede ser tan aterradora!", exclamó Valentina con valentía. "¿Acaso no somos los más valientes de la escuela?".

"Sí, pero… ¿y si los susurros son reales?" respondió Lucas, un poco asustado.

"No seas miedoso, Lucas. Solo son historias para asustar a los niños. Además, tenemos linternas y somos valientes", dijo Mateo intentando convencer a su amigo. Así que, armados con sus linternas, los tres se dirigieron hacia el lugar.

La casa se alzaba imponente entre las sombras, cubierta de hiedra y con ventanas polvorientas. Al acercarse, escucharon un leve susurro que les erizó la piel.

"¿Escucharon eso?", murmuró Lucas, mirando hacia atrás con miedo.

"Es sólo el viento", dijo Valentina, aunque no estaba tan segura. Con un profundo suspiro, empujaron la puerta que chirrió al abrirse.

Entraron en el vestíbulo, donde el aire era frío e impregnado de un olor a moho. La luna iluminaba la habitación con un resplandor fantasmal. Fue entonces que escucharon el susurro de nuevo, un leve murmullo que pareció venir del piso de arriba.

"Vamos a investigar", sugirió Mateo, entusiasmado.

"No sé si es buena idea…" se quejó Lucas, pero el impulso de la curiosidad los llevó a subir las escaleras. Las tablas crujían bajo sus pies mientras ascendían, y el susurro se hacía más claro. Ahora parecía un canto; una melodía triste que se entrelazaba con sus pensamientos.

Al llegar al segundo piso, la puerta del dormitorio se abrió lentamente, revelando una habitación cubierta de polvo y telarañas. En el medio, había un viejo piano que parecía haber estado olvidado por años. Lucas se acercó cauteloso, sus dedos recorrieron el teclado, haciendo vibrar una nota.

"¿Por qué hay un piano aquí?", preguntó Valentina intrigada.

"Quizás el susurro es el eco de alguien que solía tocar aquí", reflexionó Mateo.

En ese instante, la melodía de la casa cambió; el piano empezó a tocar solo una melodía suave y melancólica. Los amigos se miraron con asombro, aterrados pero fascinados.

"Esto es increíble", dijo Mateo. "Quizás la casa tiene historia".

"Tal vez deberíamos salir de aquí antes de que algo malo ocurra", sugirió Lucas, sintiéndose incómodo.

Cuando empezaron a salir, escucharon una risa suave que resonaba a través de la habitación. Era una risa de niño, y eso les heló la sangre. Pero, en vez de huir, la curiosidad les llevó a permanecer.

"¿Quién está ahí?" preguntó Valentina, su voz temblando.

"Yo, la niña que juega aquí", respondió una figura pequeña que apareció entre las sombras. Era una niña con cabello largo y vestido blanco.

"¿Por qué estás aquí?", preguntó Lucas, aún sin poder creer lo que veía.

"He estado esperando amigos que me ayuden a recordar", dijo la niña. Miranda sonrió dulcemente.

"¿Recuerda qué?" inquirió Mateo, su temor desvaneciéndose un poco.

"Esta casa solía ser un lugar hermoso. Mi papá me enseñó a tocar el piano, pero se mudaron y me olvidaron. Estoy atrapada aquí, en mis recuerdos". La niña parecía triste, y los amigos sintieron su pena.

"Podemos ayudarte a recordar", le ofreció Valentina. "Juntos podemos hacer que la casa vuelva a ser feliz".

Decididos a hacer algo, los tres amigos comenzaron a tocar el piano y a reir, llenando la casa de alegría. La niña comenzó a recordar los buenos momentos, y la atmósfera pesada de la casa cambiaba poco a poco.

"Gracias" , susurró Miranda. "Ahora sé que no estoy sola". Con cada nota, parecía más brillante, más feliz. Y con un último acorde fuerte, la niña desapareció en una cálida luz, dejando atrás la risa y el eco del piano.

"Lo conseguimos", dijo Mateo, emocionado.

"La casa ya no susurra más. Ha encontrado su paz", añadió Lucas que, por primera vez, sonrió feliz.

A partir de ese día, la Casa de los Susurros se transformó en un lugar donde los niños del pueblo venían a jugar y a tocar música, convirtiéndose en el refugio de la alegría y la creación. La leyenda del pasado se vio reemplazada por la esperanza y la amistad.

FIN.

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