La Casa de los Susurros



Era una noche oscura y fría en el pequeño pueblo de Las Brumas. Dos amigos inseparables, Mateo y Lucía, decidieron aventurarse a explorar la misteriosa casa abandonada en el borde del bosque. Se decía que la casa estaba embrujada y que en sus pasillos a veces se podían escuchar susurros extraños. Aunque muchos del pueblo temían entrar, Mateo y Lucía estaban llenos de curiosidad.

"- Vamos, Lucía, no hay nada de qué tener miedo", dijo Mateo, con una sonrisa burlona. "- Es solo una casa vieja. A lo sumo, podremos encontrar algunos tesoros olvidados."

"- Sí, pero ¿y si realmente hay fantasmas?" Lucía frunció el ceño. "- No me gustaría que nos asusten."

La puerta de la casa chirrió ominosamente cuando la empujaron. El aire estaba frío y pesado, y el instante en que cruzaron el umbral, un escalofrío recorrió sus cuerpos. Dentro, la casa estaba cubierta de polvo y telarañas, pero a Mateo le brillaban los ojos de emoción. "- Mirá esas sillas antiguas, deben ser de los años 30!" dijo mientras comenzaba a explorar la sala.

De repente, un suave susurro flotó en el aire. "- ¿Escuchaste eso?" preguntó Lucía, con el corazón latiendo rápido. "- Parecía una voz."

"- No es nada, solo son nuestros miedos jugando con nuestra mente", contestó Mateo, tratando de parecer valiente. Pero justo en ese momento, una sombra pasó rápidamente frente a ellos y ambos se quedaron paralizados.

"- ¿Fuiste vos?" preguntó Lucía, mirando a Mateo con ojos grandes. "- No... no fui yo", respondió él, sintiendo que su valentía se desvanecía. Se miraron, y sin pensarlo más, se tomaron de las manos y avanzaron.

Mientras recorrían las habitaciones, los susurros se hicieron más claros. Parecían provenir del segundo piso. Con un nudo en el estómago, decidieron subir las escaleras crujientes. Al llegar arriba, encontraron una puerta entreabierta. Los susurros eran inconfundibles ahora.

"- Vamos a ver qué hay", sugirió Mateo, aunque su voz temblaba. Lucía asintió con determinación. Empujaron la puerta, y al abrirla, se encontraron en una habitación decorada con juguetes antiguos. En medio de la habitación, una muñeca de aspecto inquietante estaba sentada sobre una mecedora.

"- ¡Eso es tenebroso!" exclamó Lucía, pero, al mismo tiempo, se sintió atraída.

"- ¡Mira, hay un diario!" dijo Mateo, señalando un pequeño libro en el suelo.

Cuando lo abrieron, descubrieron que era el diario de una niña que había vivido en esa casa hace mucho tiempo.

"- Escribió sobre sus sueños, sus amigos, y también sobre la tristeza de estar sola", explicó Lucía con voz suave. "- Parece que nadie quería jugar con ella..."

Mientras leían, los susurros se transformaron, y ahora era una voz dulce que les hablaba. "- Gracias por escucharme", decía, haciéndolos sentir cálidos.

"- No estás sola, nosotros estamos aquí contigo", prometió Mateo, sintiendo que el miedo se desvanecía y transformándose en compasión.

A partir de ese momento, los susurros dejaron de ser aterradores y se convirtieron en historias de sueños compartidos. En lugar de huir, Mateo y Lucía decidieron cuidar de la casa y organizar un grupo de amigos para compartir esas historias de la niña, rescatando su memoria. Al final, lograron que la casa se convirtiera en un lugar de encuentro para todos.

"- Nunca volvamos a tener miedo de lo desconocido", dijo Lucía. "- Siempre hay una historia detrás, y a veces solo hay que escuchar."

Mateo sonrió, orgulloso de su valor. Sabían que nunca más tendrían miedo. La casa estaba llena de susurros, pero ya no eran de soledad, eran susurros de amistad y unión, y cada vez que pasaban por allí, la luz brillaba más en sus corazones.

FIN.

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