La Casa de los Susurros
El sol se ocultaba detrás de las montañas cuando un grupo de amigos decidió explorar una misteriosa casa abandonada en su barrio. La leyenda decía que la casa estaba encantada, y siempre provocaba historias de miedo entre los chicos del lugar.
"No tengamos miedo, ¡somos valientes!" - dijo Lucas, el más atrevido del grupo, mientras se acercaban a la entrada de la casa.
"Pero mamá siempre dice que no debemos entrar en lugares peligrosos" - murmuró Sofía, un poco nerviosa.
"¡Vamos, Sofía! Solo será un ratito, ¿qué podría pasar?" - respondió Joaquín, intentando alentarla.
Con mucho temor pero también con curiosidad, Sofía asintió y entraron en la casa. El interior estaba en penumbras, y los ecos de su risa parecían apagarse al absorberse en las sombras. Las paredes estaban cubiertas de telarañas y el olor a humedad impregnaba el ambiente.
De pronto, un susurro se escuchó.
"¿Escucharon eso?" - preguntó Lucas, mirándose entre ellos.
"Puede que haya sido el viento..." - intentó justificar Sofía, aunque su corazón latía rápido.
A medida que avanzaban a través del hall, encontraron viejas fotos en las paredes. En una de ellas, una niña de ojos tristes los miraba fijamente.
"Miren, esta chica parece estar triste..." - dijo Joaquín, acercándose más a la imagen.
"Tal vez su espíritu está atrapado aquí y por eso no deja que la casa se desmorone" - sugirió Lucas, con una mirada entre divertida y asustada.
Sofía, al escuchar eso, decidió cambiar el tono.
"¡Quizás necesita nuestra ayuda!" - exclamó.
"¡Eso es!" - alentó Joaquín. "Debemos encontrar qué necesita."
La aventura siguió en el salón, donde empezaron a investigar. Observaron un viejo piano cubierto de polvo, y Lucas se sentó para tocar una melodía triste. Sorprendentemente, al instante, la casa comenzó a llenarse de luz tenue.
"¡Miren! Las luces se encienden solas" - gritó Sofía, asombrada.
Inmediatamente, la niña de la foto apareció delante de ellos, sonriendo pero aún con un brillo de tristeza en sus ojos. La niñita les habló con una voz suave.
"Gracias por venir. Me siento sola aquí..."
Los chicos, con los ojos bien abiertos, escucharon con atención.
"Necesito que me ayuden a encontrar mi divertido tesoro que se perdió hace tiempo. Sin él, no puedo irme de esta casa" - explicó la niña.
"¿Dónde lo podemos buscar?" - preguntó Joaquín.
La niña señaló hacia el jardín que se encontraba en estruendoso abandono. Con determinación, decidieron salir al exterior. Allí, comenzaron a cavar con sus manos y a mover la tierra, hasta que Lucas dio un golpe fuerte.
"Creería que encontré algo, ¡mira!" - exclamó.
Era un pequeño cofre que contenía juguetes antiguos y fotografias de la niña y su familia.
"¡Esto es tu tesoro!" - dijo Sofía con una sonrisa. "¡Así que ya no estarás sola!"
Con la alegría renovada, la niña sonrió y, en un instante de luz brillante, se despidió.
"¡Gracias, amigos! Ahora puedo jugar en el cielo con mis amigos. ¡Siempre los recordaré!" - dijo mientras desaparecía en un destello.
Los chicos se sintieron aliviados y emocionados. La casa ya no parecía aterradora; el miedo se había convertido en algo bello y mágico.
"¡Lo logramos, chicos!" - celebró Sofía. "Ayudamos a alguien a ser feliz nuevamente."
"Y nos encontramos más valientes de lo que pensamos" - respondió Joaquín, mientras salían de la casa, con una sonrisa en sus rostros.
Desde entonces, la Casa de los Susurros se convirtió en un símbolo de valentía y amistad, y los chicos recordaron que, a veces, enfrentar nuestros miedos puede llevar a descubrir historias maravillosas.
Y así, cada vez que veían esa casa, recordaban no solo el terror de su leyenda, sino también el tesoro de lo que significa ayudar y ser valiente en la vida.
FIN.