La Casa de los Susurros
Era una tarde nublada en el pequeño pueblo de Villa Esperanza, cuando cuatro amigos decidieron aventurarse a explorar una antigua casa abandonada al final de la calle. La casa era conocida entre los niños como "La Casa de los Susurros" porque se decía que en su interior se escuchaban extraños murmullos que ponían los pelos de punta.
"¿Vamos? No puede ser tan aterradora", dijo Juan, el más valiente del grupo.
"Yo no sé, tengo un poco de miedo", admitió Lucía, mientras miraba nerviosamente la oscura entrada.
"¡Vamos, no hay nada que temer!" exclamó Martín, titubeando un poco pero tratando de hacerse el fuerte. Sofía, la más curiosa del grupo, sonrió y les dijo:
"Quizás solo sean historias. ¡Vamos a descubrirlo juntos!".
Con una linterna en mano y un sinfín de historias en su cabeza, los cuatro amigos entraron en la casa. Al cruzar la puerta, un crujido resonó detrás de ellos, causando que se miraran con los ojos abiertos como platos.
"Eso fue raro", murmuró Lucía, pegándose un poco más a Sofía.
"No te preocupes, seguro es solo el viento", respondió Juan con una sonrisa, aunque también sentía un escalofrío recorrer su espalda.
Mientras recorrían la casa, constantemente oían susurros aquí y allá. Al principio pensaron que estaban imaginando cosas, pero cada vez eran más claros. En una de las salas, encontraron un viejo piano cubierto de polvo. Sofía se acercó y tocó una tecla. Un sonido melancólico llenó la habitación.
"¿Lo escucharon?" preguntó Martín, mirándolos a todos. "Ese susurro vino de aquí!".
"No puede ser, estamos soñando", respondió Juan, tratando de calmarse.
En ese momento, un leve viento sopló y las ventanas se cerraron de golpe. El grupo se asustó, pero Sofía, decidida a entender, sugirió:
"¿Y si los susurros intentan comunicarse con nosotros?".
"¿Cómo?", preguntó Lucía, sintiéndose cada vez más incómoda.
"Podríamos intentar hablarles", dijo Sofía, valiente. "Tal vez solo quieren que los escuchemos".
Con un poco de duda, comenzaron a preguntar:
"¿Quién está ahí?"
Al principio no hubo respuesta, pero después de unos segundos, escucharon: "Ayúdennos…".
"Suena a un llamado de auxilio", dijo Martín, alarmado. La curiosidad superó su miedo, así que decidieron seguir los susurros. Estos los guiaron a una habitación cubierta de telarañas. En el centro, encontraron una anciana muñeca rota.
"¿A esta muñeca le pasa algo?" preguntó Lucía, acariciando con cuidado su mano. En ese instante, los susurros se hicieron más intensos. "Llevarla a casa... Necesito compañía..." decía la voz.
"¡Es una muñeca!", gritó Juan. "Nunca abriré esa puerta, y menos si hay una muñeca fantasma".
Sofía, empujada por la compasión, le dijo: "No es justo dejarla sola. Tal vez solo quiere un amigo".
Convencidos por el sentido de solidaridad de Sofía, decidieron llevarse la muñeca. Mientras lo hacían, escucharon las palabras: "Gracias…". El ambiente pesado que los rodeaba comenzó a aligerarse, los susurros se convertían en risas y alegría.
Al final del día, abandonaron la casa. Afuera, el sol brillaba y los murmullos se convirtieron en el eco de una amistad inesperada.
Una vez que llegaron a casa, Sofía dio un chico a la muñeca. "Te llamaremos Esperanza", dijo. Y desde ese día, la casa ya no tuvo más susurros de tristeza. La muñeca Esperanza se convirtió en el símbolo de su grupo de amigos y los recordaba que, a veces, lo que parece ser aterrador puede brindarte una gran lección sobre la amistad y el valor.
Cada vez que alguien pasaba cerca de la casa abandonada, ahora solo se escuchaban risas. Sofía y sus amigos entendieron que las verdaderas amistades pueden nacer de los lugares menos esperados y que siempre hay que escuchar a los que nos rodean, aun cuando parezca que nos susurran en la oscuridad.
FIN.