La Casa de los Susurros
Había una vez un pueblito olvidado llamado Ventosa, donde todos hablaban de una casa vieja y misteriosa que estaba al final de la calle de las sombras. La gente decía que aquellos que se acercaban a la casa de los susurros nunca volvían a ser vistos. Los niños del pueblo se pasaban el rato inventando historias sobre ella, pero había un par de valientes que no creían en cuentos de fantasmas: Lucía y Mateo.
Una tarde, mientras jugaban a la pelota, se les ocurrió la idea de aventurarse hacia la casa. "Vamos a demostrar que no hay nada de qué tener miedo"-, dijo Mateo, con una sonrisita desafiante. "No sé... me da un poco de yuyo", contestó Lucía, mirando las sombras que danzaban en la pared de la casa.
Con un empujón de adrenalina y un poco de miedo, llegaron a la puerta. Cansados de esperar, decidieron entrar. La puerta chirrió como si estuviera despertando de un largo sueño. Adentro, el aire era frío y pesado, y las paredes estaban cubiertas de polvo y telarañas. Cada rincón parecía susurrar un secreto antiguo.
"¿Escuchaste eso?"-, preguntó Lucía, apretando el brazo de Mateo. "Es solo el viento, no hay nada aquí"-, respondió él, pero no estaba tan seguro. Ambos exploraron la casa, cada habitación más tétrica que la anterior. En la cocina, se encontraron con una olla gigante, llena de algo espeso y negro.
"¿Qué será esto?"-, preguntó Lucía, mientras se asomaban a la olla. De repente, un viento helado atravesó la habitación y la olla empezó a burbujear. Algo se estaba moviendo en su interior. "¡Salimos de acá!"-, gritó Mateo, y ambos corrieron hacia la puerta. Pero, para su sorpresa, la puerta estaba cerrada y no podían abrirla.
"¿Y ahora qué hacemos?"-, dijo Lucía, sintiendo un nudo en el estómago. "Tal vez hay otra salida, ¡vamos a buscarla!"-, contestó Mateo. Así que, armándose de valor, regresaron a la sala, donde el aire estaba más pesado. Allí encontraron un pasillo oscuro que los condujo a una habitación más pequeña, donde había un espejo sucio y viejo.
Al acercarse, algo extraño sucedió: sus reflejos comenzaron a hablar. "¿Qué hacen acá? No deberían estar aquí, es peligroso"-, susurraron las figuras del espejo.
"Nosotros no tenemos miedo, somos valientes"-, dijo Mateo, tratando de sonar más fuerte de lo que en realidad se sentía. "Eso es lo que pensamos, pero hay cosas que no conocemos, y esta casa no es como parece"-, dijeron los reflejos, y Lucía sintió un escalofrío al entender su significado.
Mientras los reflejos seguían hablando, la casa pareció cobrar vida. Las paredes comenzaron a moverse y las luces a parpadear. Los dos amigos corrieron de nuevo y, esta vez, encontraron una ventana. La abrieron, pero era tan estrecha que solo podría pasar uno. "¡Yo primero!"-, gritó Mateo. Y, de un salto, se lanzó hacia afuera. Pero Lucía, al intentar seguirlo, se dio cuenta de que algo la sujetaba, algo que había sido un simple susurro antes, pero ahora era muy real.
"¿Por qué te vas?"-, murmuró una voz fantasmal. Era el alma de un niño que había quedado atrapado en la casa. "No puedo irme sin liberarte primero"-, respondió Lucía, llenándose de compasión.
"¿Cómo?"-, preguntó el niño, con ojos tristes. "Tienes que dejar de guardar rencor y contarme tu historia"-. Entonces, el niño comenzó a relatar cómo había llegado a la casa y por qué no podían escapar. La tristeza y la ira que lo mantenían atado eran tan profundas que no podía irse hasta encontrar paz.
A medida que el niño hablaba, Lucía lo escuchaba y lo entendía. Le ofreció su amistad, le prometió que podría seguir su camino y que alguien siempre lo recordaría. Con cada palabra, el niño se fue desvaneciendo, hasta que al final solo quedó un suave brillo de luz.
"¡Lo hiciste!"-, exclamó Mateo, mientras Lucía se desmayaba de agotamiento. Cuando despertó, estaba afuera, la casa a sus espaldas.
Ambos jóvenes se miraron, sintiendo que habían vivido algo increíble. "¿Lo contamos o no?"-, dijo Mateo, riendo nerviosamente. "Tal vez otro día", contestó Lucía. "Pero, ¿sabés? No todo es lo que parece. A veces, hay que mirar más allá de las sombras"-. Y así, la casa de los susurros permaneció allí, pero ahora con un nuevo secreto: el poder de la amistad y la empatía, que trasciende incluso en los momentos más oscuros.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado... por ahora.
FIN.