La Casa, el Árbol y el Niñito



Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de montañas verdes, una casa amarilla con un jardín lleno de flores de todos los colores. En este hogar vivía un niñito llamado Lucas, que siempre tenía una gran sonrisa en su rostro. La casa, a la que cariñosamente llamaban Doña Amarilla, había visto crecer a muchas generaciones y estaba llena de historias y recuerdos.

Un día, mientras Lucas jugaba en el jardín, notó algo extraño. Un árbol anciano, que estaba justo al lado de la casa, parecía estar un poco triste. Sus hojas estaban marchitas y su tronco se veía cansado. Lucas, curioso, se acercó.

"¿Por qué estás tan triste, abuelito árbol?" - le preguntó Lucas, acariciando suavemente su corteza.

"Oh, joven amigo, es que siento que ya no soy útil. Antes, daba sombra a los niños, pero ahora nadie parece querer jugar aquí. Mis ramas ya no cargan las risas de la niñez como antes" - contestó el árbol con un susurro melancólico.

Lucas se quedó pensando. Se le ocurrió una idea:

"¡Y si hacemos una gran fiesta en el jardín! Invitemos a todos los chicos del barrio para que jueguen bajo tus ramas. ¡Así volverás a estar lleno de risas!"

El árbol sonrió, aunque un poco débilmente.

"Esa sería una hermosa idea, pequeño. Pero no sé si todos vendrán..."

"¡Claro que sí! Puedo hacer carteles y pedirles a mis amigos que traigan juegos. ¡No te preocupes!" - dijo Lucas con entusiasmo.

Luego de mucho trabajo, Lucas confeccionó coloridos carteles, llenos de dibujos de juegos y invitaciones. Cuando llegó el día de la fiesta, el jardín se iluminó con risas y voces. Niños de todos los lados llegaron, trayendo pelotas, juegos de soga, e incluso una guitarra para cantar.

La casa Doña Amarilla también se llenó de alegría, y los niños comenzaron a jugar, correr y compartir. Mientras tanto, el árbol, que se había sentido olvidado, observaba satisfecho. Sus ramas comenzaron a estremecerse, y no solo eso; sus hojas empezaron a cobrar vida y a brillar con un verde resplandeciente.

"¡Mirá, mirá!" - dijo Lucas maravillado.

"Sí, pequeño, gracias a tu energía y al entusiasmo de los niños, he vuelto a sentirme vivo" - respondió el árbol, ahora con voz fuerte y alegre.

A medida que avanzaba la fiesta, ocurrió algo inesperado. Desde la ventana de Doña Amarilla, una señora mayor estaba observando. Era Doña Rosa, la vecina, que había sido amiga del árbol cuando era joven.

"Ah... cuántos recuerdos..." - murmuró Doña Rosa, con nostalgia. Y decidida, salió de su casa para unirse a la fiesta.

"¿Puedo jugar con ustedes?" - preguntó.

"¡Claro que sí! ¡Cuantos más seamos, mejor!" - gritó Lucas.

Y así, Doña Rosa se unió a ellos, relatando historias de su infancia, cuando también jugaba en ese mismo jardín lleno de árboles. Los niños la escuchaban atentamente, llenos de curiosidad.

Mientras la fiesta continuaba, un pequeño grupo de vecinos que pasaban por allí, atraídos por la música y las risas, se unieron a la celebración. Pronto, el jardín se llenó de gente, música, risas y buenos momentos.

El árbol, que había estado triste, ahora estaba disfrutando de la compañía.

"Gracias, Lucas, por recordarme lo importante que soy, y cómo puedo dar alegría a otros" - le dijo el árbol mientras las hojas brillaban intensamente.

"No solo tú, también Doña Amarilla y todos aquí hacemos de este lugar algo especial" - respondió Lucas, sintiéndose orgulloso.

Desde ese día, el árbol nunca volvió a estar triste. Los niños del barrio comenzaron a visitarlo a menudo, y cada vez que jugaban, más hojas surgían en sus ramas, creando un lugar mágico lleno de risas y amistad.

Y así, la casa, la persona y el árbol aprendieron que, a veces, dar amor y alegría puede transformar lo que parece estar perdido en algo verdaderamente hermoso. Y cuando la felicidad se comparte, crece sin límites, como el árbol que ahora es fuerte y vibrante gracias a esos nuevos amigos.

FIN.

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