La Casa Embrujada del Vecindario
Era una tarde de otoño cuando un grupo de amigos del barrio decidió aventurarse en la misteriosa Casa de la Calle Olmos. La casa, cubierta de hojas secas y enredaderas, tenía fama de estar embrujada. Lucas, Sofía, Tomás y Valentina se armaron de valor y, con linternas en mano, cruzaron la puerta chirriante.
"No puede ser que haya cosa más aterradora que lo que vimos en las películas" - dijo Lucas,
Mientras entraban, un frío repentino los invadió. Sofía, temblando un poco, exclamó:
"Creo que esto fue una idea horrible, ¿y si hay fantasmas?"
Los chicos rieron para disimular sus propios miedos. En el pasillo, encontraron una puerta entreabierta que chirriaba. Curiosos, decidieron investigar.
Al abrir la puerta, se encontraron en una habitación oscura, iluminada solo por el brillo de sus linternas. En el centro había un viejo piano cubierto de polvo.
"¿Quién cree que aún funciona?" - preguntó Tomás, con una mirada de desafío.
"¡Yo me animo!" - respondió Valentina, acercándose al piano.
Cuando comenzó a tocarlo, una suave melodía llenó la habitación y, para su sorpresa, las luces comenzaron a parpadear. En ese momento, un soplo de viento las apagó completamente.
"¡Apaga eso!" - gritó Lucas, mientras Valentina seguía tocando, con sueños de ser toda una pianista.
De repente, los chicos escucharon un susurro. Eran las voces de antiguos residentes de la casa.
"¡Ayuda! Necesitamos que alguien cuente nuestra historia" - sonaron, mezclándose con la melodía.
"¿Qué?" - exclamó Sofía aterrada.
Los amigos se miraron confundidos, pero decidieron que era momento de averiguar más. Con valor, Valentina dejó de tocar y preguntó:
"¿Quiénes son ustedes? ¿Qué les pasó?"
Las luces volvieron a parpadear, y del piano salió un brillo que formó la silueta de una anciana.
"Soy Clara, de esta casa. Cuando vivía aquí, tenía una gran pasión por la música, pero nunca se me escuchó. Me gustaría que alguien supiera de mí."
Lucas, que siempre se había sentido un poco fuera de lugar, preguntó:
"¿Por qué no te escucharon?"
"A veces, los sueños se pierden entre los miedos y las dudas. Pero ahora estoy atrapada aquí, esperando que alguien comparta mi historia y la música que nunca pudo sonar en este lugar."
Los amigos, comprendiendo el mensaje, decidieron ayudarla.
"Vamos a contar tu historia a todos en el barrio. Podemos hacer un recital en su honor, Clara" - sugirió Sofía, emocionada.
Clara sonrió con gratitud.
"Eso haría feliz a mi viejo corazón."
Tras discutirlo, los chicos se pusieron manos a la obra. En las semanas siguientes, trabajaron arduamente. Cada día, después de la escuela, se reunían en la Casa de Olmos para ensayar.
Entre ensayos y risas, comprendieron que vale la pena compartir lo que uno ama, sin importar los miedos que puedan surgir. La comunidad se enteró del recital y todos se unieron para recordarle a Clara su legado.
El día del evento, la casa rebosó de gente. Valentina se plantó frente a todos con su piano y, junto a sus amigos, compartió la historia de Clara, una música soñadora que había deseado ser escuchada.
"Gracias a Clara, hoy la música suena en este lugar una vez más" - proclamó Tomás al finalizar la actuación.
Cuando el último acorde resonó, Clara, que estaba observando desde la sombra, sonrió y se desvaneció lentamente en el aire brillante. La Casa de Olmos ya no era un sitio de miedo, sino un lugar de alegría y recuerdos.
Desde aquel día, los chicos aprendieron que los verdaderos fantasmas no son aquellos que asustan, sino las historias olvidadas y la necesidad de ser escuchados. Y así, mantuvieron vivo el legado de Clara, visitando la casa y celebrando la música todos los años.
Y así, los niños no solo se hicieron amigos, sino que también aprendieron el poder de compartir las historias que llevamos dentro y cómo hacer del mundo un lugar mejor, con música y recuerdos.
Fin.
FIN.