La Casa en la Montaña



Había una vez una pequeña casa en la cima de una montaña. Esta casa, aunque sencilla, estaba llena de magia y aventuras. Un día, dos amigos inseparables, Lía y Tomás, decidieron explorar la montaña en busca de la famosa casa.

"¿Te imaginás lo que podemos encontrar ahí arriba?" - dijo Lía con los ojos brillantes.

"Sí, dicen que tiene un jardín lleno de flores de colores y un árbol que habla" - respondió Tomás entusiasmado.

Así que con una mochila llena de provisiones, se pusieron en marcha. Mientras escalaban, se encontraron con una bandada de pájaros.

"¡Mirá, Lía!" - gritó Tomás señalando a los pájaros. "¿Crees que nos guiarán hasta la casa?"

"¡Sí! Vamos a seguirlos" - contestó Lía.

Los pájaros volaron en círculos y ellos, emocionados, los siguieron. En el camino, encontraron un sendero cubierto de flores que nunca habían visto antes.

"Wow, ¡qué hermosas son!" - exclamó Lía, agachándose para tocarlas.

Pero, de repente, un pequeño zorro apareció del arbusto.

"¡Alto ahí!" - gritó el zorro. "¿Están tratando de recoger las flores del jardín secreto?"

"No, solo estábamos admirándolas" - dijo Tomás con una sonrisa. "Sólo somos dos amigos buscando la casa que está en la montaña".

"¿La casa?" - preguntó el zorro, curioso. "Esa casa tiene un misterio. El árbol que habla solo se activa cuando hay dos corazones puros que buscan un sueño".

"Queremos vivir una aventura y aprender sobre la amistad" - dijo Lía.

"Entonces sigan el camino hacia las nubes, pero tengan cuidado con el viento. Es travieso" - advirtió el zorro.

Con la mirada llena de determinación, Lía y Tomás continuaron su ascenso. A medida que subían, el viento comenzó a soplar fuerte, empujándolos de un lado a otro.

"¡Agárrate, Tomás!" - gritó Lía tratando de mantenerse de pie.

El viento era juguetón, pero ellos no se rindieron. Lucharon contra él, riéndose y gritando de la emoción de la aventura. Finalmente, llegaron a la cima donde, efectivamente, estaba la casa.

Era más mágica de lo que habían imaginado. Tenía un jardín lleno de flores brillantes y, justo en el medio, un impresionante árbol con un tronco torcido y hojas doradas.

"¡Mirá, el árbol!" - dijo Tomás señalando con asombro.

"Hola, pequeños visitantes" - resonó la voz del árbol. "Soy el árbol de los sueños y estoy aquí para ayudarles. ¿Qué desean?"

Lía y Tomás se miraron con complicidad.

"Queremos aprender sobre la amistad y cómo ser valientes juntos" - dijo Lía.

"Eso es muy hermoso", contestó el árbol. "La amistad se basa en apoyarse mutuamente y enfrentar los miedos. Tomen estas semillas de amistad y plántelas aquí, en mi terreno."

Ambos se pusieron a trabajar, plantando las semillas mientras el árbol les contaba historias sobre la importancia de la confianza y la sinceridad entre amigos.

Luego de un rato, las semillas comenzaron a crecer y florecer. Por arte de magia, las flores que salían de esa tierra brillaban con intensos colores.

"Han plantado la semilla de su propia amistad", dijo el árbol. "Recuerden siempre cuidarla para que siga floreciendo".

Lía y Tomás prometieron volver cada año para cuidar de su jardín de amistad y de su nuevo amigo.

"Gracias, árbol, por esta maravillosa experiencia" - dijo Tomás mientras se despedían.

"Gracias por recordar lo valioso que es tener a alguien con quien compartir nuestras aventuras" - agregó Lía.

Finalmente, bajaron de la montaña, cada uno con una flor única en su mano, símbolo de su amistad que florecería para siempre. Y cada vez que veían la montaña desde lejos, sonreían recordando que el verdadero tesoro era la amistad que habían cultivado en aquella mágica casa en la montaña.

FIN.

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