La casa encantada de Villa Alegría



En el pequeño pueblo de Villa Alegría, donde las flores siempre estaban en su mejor momento y el sol brillaba con fuerza, vivía una niña curiosa llamada Valentina. Valentina era conocida entre sus amigos por hacer muchas preguntas. Cada día después de la escuela, salía a explorar su entorno y hoy tenía un nuevo misterio entre manos: la casa encantada.

La casa, situada al final de la calle, siempre había despertado la curiosidad de Valentina. Sus ventanas cubiertas de telarañas y su puerta crujiente parecían tener mil historias que contar. Un día, mientras paseaba por el pueblo, escuchó a unos niños hablando sobre ella.

- “Dicen que está llena de fantasmas y que nadie se atreve a entrar”, murmuró Sofía, la amiga de Valentina.

- “Yo no le tengo miedo. Debo descubrir qué hay dentro”, respondió Valentina.

Decidida a descubrir la verdad, Valentina reunió a sus amigos: Sofía, Lucas y Tomás. Juntos se dirigieron hacia la casa, entre risas y un poco de miedo. Cuando llegaron, el corazón de Valentina latía rápido.

- “¿Y si hay un fantasma de verdad? ” preguntó Lucas, con voz temblorosa.

- “No pasa nada, solo vámonos, somos valientes”, dijo Valentina con determinación.

Tomando aire, Valentina empujó la puerta. La puerta se abrió con un chirrido que resonó como un eco en el silencio de la casa. El interior estaba cubierto de polvo y sombras; cuadros viejos adornaban las paredes como si estuvieran observando a los nuevos visitantes.

Mientras exploraban, Valentina notó algo brillante en el suelo.

- “¡Miren esto! ”, exclamó mientras recogía un pequeño espejo con marcos dorados.

- “¡Qué hermoso! ¿Crees que es mágico? ” preguntó Sofía, con los ojos llenos de asombro.

De repente, una ráfaga de viento sopló y las luces comenzaron a parpadear. Los amigos se miraron unos a otros, asustados.

- “¡Eso fue raro! ”, dijo Tomás, mirando alrededor nervioso.

Valentina, sin embargo, no estaba dispuesta a echarse atrás.

- “¡No podemos asustarnos así! Si hay algo aquí, debemos enfrentarlo”, afirmó con valentía.

Los niños continuaron recorriendo la casa. En una de las habitaciones encontraron un viejo baúl cubierto de polvo.

- “¿Qué habrá adentro? ”, preguntó Lucas.

- “Solo hay una forma de averiguarlo”, murmuró Valentina mientras destapaba el baúl. Dentro había cartas antiguas y juguetes olvidados.

- “Mira esta carta de amor”, dijo Sofía, mientras leía en voz alta. “Te espero cada atardecer en el parque, donde los sueños vuelan”.

Los amigos se dieron cuenta de que la casa no era un lugar de miedo, sino un refugio de recuerdos. Valentina sonrió y comentó:

- “Quizás los fantasmas no siempre son aterradores, a veces son solo historias que quieren ser contadas”.

Decidieron llevarse algunas cartas y juguetes para restaurar la historia de la casa.

Al salir, Valentina se dio cuenta de que habían encontrado un tesoro: no solo objetos perdidos, sino un nuevo significado para la casa. Se comprometieron a volver, pero no con miedo, sino con respeto y curiosidad.

Casi al caer el sol, se despidieron diciéndose:

- “¡Nos veremos mañana! Debemos planear cómo contarle a todos sobre nuestra aventura y lo que encontramos”.

Desde ese día, la casa encantada de Villa Alegría dejó de ser un lugar tenebroso. Con cada visita, los amigos descubrieron más pistas sobre su historia, llenando la casa de risas, creatividad e ilusión. La casa se transformó en un sitio de encuentro donde la curiosidad y la valentía fueron las llaves que abrieron todas las puertas del misterio.

Así, Valentina aprendió que a veces los miedos pueden convertirse en maravillosas aventuras, y que siempre hay una historia esperándonos, solo tenemos que atrevernos a buscarla.

FIN.

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