La casa mágica del bosque
Había una vez, en un pequeño pueblo rodeado de un denso bosque, una casa que todos decían estaba embrujada. Los niños del lugar apenas nombraban su existencia, pues sostenían que la casa estaba llena de misterios y magia. Se contaba que, cada vez que alguien se acercaba, escuchaba susurros extraños y sentía un aire helado que les recorría la espalda.
Un día, un grupo de niños curiosos, liderados por la intrépida Lucía, decidieron que estaban listos para explorar la casa mágica. Lucía, junto a sus amigos Tomás, Sofía y Mateo, se adentraron en el bosque con linternas y un mapa que había dibujado Tomás.
"¿Están listos para la aventura?", preguntó Lucía, con una sonrisa desafiante.
"¡Claro!", respondió Sofía, llena de entusiasmo.
"Pero, ¿y si encontramos algo raro?", murmuró Mateo, algo nervioso.
"¡No te preocupes! Seguro es solo una casa vieja, vamos a descubrirla juntos", animó Tomás.
Tras una larga caminata, finalmente llegaron a la casa. Era enorme, con ventanas quebradas y un aire misterioso que la rodeaba. Al acercarse, pudieron escuchar un suave murmullo, como si la casa misma les estuviera hablando.
"Escuchan eso?", dijo Lucía, acercando la oreja a la puerta.
"Sí, parece que nos llama…", dijo Sofía, con algo de miedo pero también con mucha curiosidad.
Tomás empujó la puerta de madera, que chirrió al abrirse. Los niños entraron y una brisa fresca les dio la bienvenida. En el interior, encontraron un salón lleno de polvo, pero lo que más les llamó la atención fueron las pinturas en las paredes que parecían cobrar vida.
"¡Miren!", exclamó Mateo, señalando un mural donde los árboles eran de colores brillantes y animales danzaban.
A medida que exploraban la casa, comenzaron a encontrar objetos antiguos que parecían tener poderes especiales. Un libro enorme en la biblioteca contenía historias sobre valientes aventureros y criaturas mágicas, y una lámpara en la esquina daba luz con un solo toque.
"Este lugar es increíble", dijo Tomás, asombrado por todo lo que estaban descubriendo.
"Parece que la casa no es embrujada, sino mágica", añadió Sofía.
Justo en ese momento, un rayo de luz iluminó la habitación y un pequeño duende apareció frente a ellos.
"Gracias por venir, queridos amigos", dijo el duende con una voz dulce. "He estado esperando a alguien que creyeran en la magia de esta casa".
Los niños se miraron entre sí, sin saber qué pensar.
"¿Magia?", preguntó Lucía, un poco incrédula.
"Sí", respondió el duende. "Esta casa no está embrujada, sino que está llena de historias y sueños. Ustedes pueden ayudarme a proteger este lugar de la soledad. Si me ayudan a recordar las historias perdidas, la casa brillará aún más".
Entrando en acción, cada niño decidió contar su historia favorita. Con cada relato, la casa cobraba vida. Las paredes vibraban, los cuadros sonreían y el duende guiaba a los niños para que se sumergieran en un mundo de color y aventura.
"Esto es asombroso", dijo Sofía, mientras un cuadro de un dragón comenzaba a mover su cola.
Después de un largo rato, el duende sonrió y dijo:
"Gracias, mis valientes amigos. Ahora esta casa es un hogar, lleno de risas y alegría. Pero lo más importante, han aprendido que a veces lo desconocido puede ser un tesoro lleno de belleza".
Los niños se despidieron del duende y se prometieron regresar. Aprendieron que no hay que temer a lo desconocido, y que siempre hay magia donde hay valentía y amistad.
Así, la casa que una vez fue considerada endemoniada se convirtió en un lugar donde los sueños se hacían realidad, y cada vez que los niños volvían, traían nuevas historias que contar, llenando el bosque de risas y magia.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.