La Casita de Rufus
Había una vez una niñita llamada Sofía que tenía un perro muy simpático llamado Rufus. Rufus era un perro regalón, siempre listo para jugar y hacer reír a su amiga. Sin embargo, había algo que a Sofía le preocupaba: Rufus dormía todas las noches sobre un viejo saco debajo de la ventana.
—A mi perro le hace falta una casita—decía siempre la niña, abrazando a Rufus.
Sofía miraba por la ventana cada vez que pasaba un comerciante vendiendo casitas de perro hechas de madera pintadas de colores. Aun así, sus padres nunca compraban una.
Un día, mientras Sofía desayunaba, el papá dijo:
—Hoy vamos a salir a comprar algunas cosas.
Sofía, emocionada, pensó que quizás esta sería la oportunidad perfecta para que sus padres finalmente le compraran la casita a Rufus.
—¿Podemos comprarle una casita a Rufus? —preguntó Sofía.
—Veremos qué encontramos—respondió su mamá, sonriendo.
Sin embargo, en la tienda solo encontraron juguetes y no había casitas. Sofía sentía que su corazón se hundía.
Cuando volvieron a casa, Sofía se sientió muy triste.
—No te preocupes, Rufus—le dijo mientras acariciaba su pelaje—. Encontraremos una casita para vos.
Esa noche, Sofía no pudo dormir pensando en cómo ayudar a su mejor amigo.
Decidida a hacer algo, Sofía se levantó al amanecer. Salió al patio y comenzó a buscar materiales por todos lados. Encontró algunas cajas de cartón, cinta adhesiva y un poco de pintura que había sobrado de un proyecto de arte.
—Voy a construirte una casita, Rufus—dijo Sofía con una gran sonrisa.
La pequeña se puso a trabajar con entusiasmo. Llevó las cajas a un rincón de su patio y comenzó a armar lo que sería la casa de Rufus. Cortó, pegó y pintó con todos los colores que pudo encontrar. Mientras trabajaba, Rufus la miraba con curiosidad, moviendo la cola y ladrando de alegría.
Después de varias horas de trabajo y un par de ensayos fallidos, Sofía finalmente tuvo lista la casita. Era una hermosa construcción de cartón, pintada de rojo brillante con una puerta y una ventana dibujada.
—¡Mirá, Rufus! Tu nueva casita—exclamó Sofía con orgullo.
Rufus se acercó, olfateó la casita y luego entró, moviendo la cola emocionado.
—Ves, ¡te gusta! —dijo la niña, abrazándolo.
Desde ese día, Rufus no solo tenía un hogar especial, sino que también Sofía se sintió increíblemente feliz por haber podido hacer algo tan bonito para su amigo.
Al poco tiempo, los vecinos empezaron a pasar y se sorprendieron al ver la casita.
—¿Hiciste eso tú, Sofía? —preguntó una vecina.
—Sí, y es para Rufus—respondió ella, orgullosa.
La niñita se dio cuenta de que, a veces, no se necesitan grandes cosas para hacer felices a quienes amamos; lo importante es el amor y el esfuerzo que ponemos en ello.
Esa noche, mientras Rufus dormía en su casita, Sofía se dio cuenta de que ella había aprendido una valiosa lección: a veces con un poco de creatividad y muchas ganas, se pueden lograr grandes cambios. Y con una gran sonrisa, se durmió, pensando en todas las aventuras que vivirían juntos.
Y así, Sofía y Rufus vivieron felices, inspirando a otros a crear y cuidar a sus mascotas, porque al fin y al cabo, el amor es lo que realmente construye un hogar.
FIN.