La Castañera de la Avenida



En la pequeña ciudad de Felizlandia, la Navidad estaba a la vuelta de la esquina. Las luces brillaban en las casas y los olores de las galletitas llenaban el aire. Pero había algo que todos los niños esperaban con ansias: ¡la llegada de la castañera!

Una mañana, mientras los niños jugaban en el parque, escucharon un aroma delicioso. Era el olor de castañas asadas.

"¡Mmmm! ¿Qué es ese olor tan rico?" - preguntó Tomás, con sus ojitos brillando.

"No sé, ¡pero me muero de ganas de probarlo!" - respondió Sofía, moviendo su cabellito rizado.

Decididos a averiguarlo, Tomás y Sofía se adentraron en la avenida principal, donde vieron una castañera. Ella estaba sonriendo, rodeada de una gran cantidad de castañas doradas que chisporroteaban en su parrilla.

"¡Hola, niños! ¿Quieren probar las castañas?" - dijo la castañera mientras se secaba las manos.

"¡Sí, por favor!" - exclamó Sofía, saltando de alegría.

La castañera les dio un par de castañas calentitas.

"Son muy especiales, tienen un secreto que las hace mágicas" - dijo la castañera, guiñando un ojo.

Tomás y Sofía se miraron intrigados.

"¿Mágicas? ¿De verdad?" - preguntó Tomás.

"Sí, cuando las comes, se te cumple un deseo. Pero deben ser deseos de buena voluntad" - explicó la castañera mientras les sonreía.

Ambos niños se sentaron en un banco, disfrutando de las castañas. Sofía pensó en su deseo.

"Yo deseo que todos los niños del mundo sean felices" - dijo, mirando al cielo con una sonrisa.

"Yo deseo que nunca falten castañas en la ciudad" - añadió Tomás, asintiendo con firmeza.

De repente, el viento sopló y se escuchó una risa suave. La castañera estaba escuchando.

"¡Oh, estos son dos deseos muy generosos!" - exclamó, agradecida.

"Pero hay que compartir la magia. ¿Quieren ayudarme a repartir castañas?" - propuso la castañera con entusiasmo.

"¡Sí!" - gritaron los niños, emocionados.

Así, los tres comenzaron a repartir castañas a los demás niños y a sus familias, contándoles sobre la magia de la castañera y los deseos de buena voluntad. Los rostros se iluminaban con cada sonrisa que veían, llenando el aire de alegría.

Al caer la tarde, la castañera se despidió.

"Gracias por ayudarme, pequeños. Recuerden que la verdadera magia está en compartir y ser generosos" - dijo con cariño.

"¡Volveremos a ayudarte, castañera!" - prometieron Tomás y Sofía, con entusiasmo, mientras ella se alejaba por la calle, llevándose el aroma de las castañas y la alegría de aquellos niños.

Desde aquel día, cada vez que los niños olían el aroma de las castañas, recordaban la magia de la castañera y la importancia de compartir y desear lo mejor para todos. Y así, la tradición de la castañera quedó para siempre en sus corazones, junto con el espíritu navideño que nunca debería faltar.

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

FIN.

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