La Castañera y los Niños del Pueblo
En un pequeño pueblo catalán llamado Montblanc, había una amable castañera llamada Rosa. Todos los inviernos, Rosa llenaba su carrito con castañas asadas, que al salir del horno desprendían un aroma irresistible. Los niños del pueblo la adoraban, porque no había nada mejor que reunirse a su alrededor para disfrutar de esas delicias crujientes.
Un día, mientras Rosa preparaba su carrito para salir a vender, se dio cuenta de que le faltaba un ingrediente importante: su precioso aceite de oliva que siempre usaba para asar las castañas. Sin él, las castañas no tendrían el mismo sabor.
"¡Oh no! No puedo salir a vender sin mi aceite", exclamó Rosa, preocupada.
Los niños, que siempre estaban cerca, se acercaron corriendo.
"¿Qué sucede, Rosa?", preguntó Clara, la más curiosa del grupo.
"Me he quedado sin aceite, y no puedo asar las castañas. No puedo vender nada sin ellas", respondió Rosa con tristeza.
Los niños se miraron entre sí y al instante comenzaron a pensar en una solución.
"¡Vamos a ayudarte!", gritó Tomás, el más aventurero. "Podemos ir al olivar de Don Miguel, él siempre tiene aceite fresco".
Rosa sonrió al escuchar la propuesta.
"Pero, chicos, el olivar está un poco lejos y no quiero que se cansen".
"¡No pasa nada!", interrumpió Clara. "Así hacemos una aventura. ¡Seremos como exploradores!"
Sin pensarlo dos veces, un grupo de niños decidió formar una pequeña expedición. Con sus mochilas llenas de bocadillos y agua, se pusieron en marcha hacia el olivar. En el camino, cantaban y reían, disfrutando del paisaje nevado.
Al llegar al olivar, encontraron a Don Miguel, que estaba recogiendo aceitunas.
"¡Hola, chicos! ¿Qué hacen por aquí?", preguntó el anciano con una gran sonrisa en su rostro.
"¡Hola, Don Miguel! Venimos a buscar aceite de oliva para Rosa. Ella necesita asar castañas", respondió Ignacio, el más tímido del grupo.
"¡Claro que sí!", decía Don Miguel mientras les mostraba la almazara donde el aceite se producía. "Pueden llevar lo que necesiten, pero primero tienen que ayudarme a recolectar un poco más de aceitunas."
Los niños no dudaron ni un segundo. Se pusieron a trabajar y se divirtieron ayudando al anciano, riendo y hablando sobre las castañas y sus sabores favoritos.
Después de un rato, Don Miguel les dio un frasco de aceite recién prensado.
"Aquí tienen, queridos exploradores. Hicieron un gran trabajo hoy. ¡Disfruten de las castañas!"
Los niños agradecieron a Don Miguel y corrieron de regreso a la plaza del pueblo, emocionados por la aventura y con el aceite en mano. Cuando llegaron, Rosa ya estaba esperando con su carrito.
"¡Tienen que probar estas castañas!", les dijo Rosa, llena de alegría al verlos llegar.
Los niños ayudaron a Rosa a preparar las castañas. Pronto, el aroma tentador comenzó a llenar el aire, y la gente del pueblo comenzó a acercarse. Cada uno de los niños contaba su aventura mientras disfrutaban de las castañas.
Al final del día, Rosa, con una gran sonrisa, les dijo:
"Gracias a ustedes, mis queridos ayudantes, puedo seguir vendiendo mis castañas. ¡Pero hay algo que quiero hacer! Cada vez que vendamos, usaremos parte de lo que ganemos para ayudar a Don Miguel a cuidar su olivar."
"¡Sí! ¡Esa es una gran idea!", gritaron los niños, todos saltando de alegría.
Y así, en un pequeño pueblo catalán, la castañera Rosa, con la ayuda de los niños, no solo pudo seguir con su negocio, sino que también comenzaron una nueva tradición: cada invierno, parte de sus ganancias se destinaba a ayudar al olivar de Don Miguel.
Ese fue el comienzo de una hermosa colaboración entre la castañera y los pequeños exploradores, quienes aprendieron el valor de trabajar en equipo y ayudar a los demás. Y cada invierno, no solo se reunían para disfrutar de las castañas, sino también para recordar su valiosa aventura juntos.
FIN.