La catapulta de la amistad


Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Alegre, donde vivían dos amigos, Mateo y Sofía. Eran dos niños muy curiosos y siempre estaban buscando nuevas aventuras.

Un día, mientras paseaban por el bosque, encontraron un viejo libro de construcciones. Estaba lleno de dibujos y explicaciones sobre cómo construir diferentes cosas. Entre las páginas del libro, descubrieron un diseño para hacer una catapulta. - ¡Wow! ¡Mira esto! -exclamó emocionado Mateo-. Podemos construir nuestra propia catapulta.

Sofía asintió con entusiasmo y los dos amigos comenzaron a recolectar los materiales necesarios para la construcción. Buscaron ramas resistentes, cuerdas fuertes y piedras grandes. Después de varias horas de trabajo arduo, terminaron su catapulta improvisada.

Estaban orgullosos de su creación y decidieron probarla lanzando algunas piedras al río cercano. Sin embargo, mientras jugaban con la catapulta, se dieron cuenta de que tenían mucha hambre. Habían olvidado llevar comida consigo. - Ay, Sofía...

Tengo mucha hambre -dijo Mateo con tristeza en su voz-.

¿Qué vamos a hacer? Sofía miró a su amigo preocupada pero luego tuvo una idea brillante:- ¡Espera aquí! Voy a buscar ayuda -le dijo antes de correr hacia el pueblo vecino en busca de ayuda.

Después de un rato largo esperando solo bajo el sol abrasador del mediodía, Mateo estaba empezando a perder la esperanza cuando vio llegar a Sofía con una sonrisa en su rostro y un grupo de personas detrás de ella. - ¡Traje ayuda! -exclamó Sofía emocionada-. Estos amables vecinos nos trajeron comida. Los vecinos, al ver a los dos niños hambrientos y solos, decidieron ayudarlos. Les dieron sandwiches, frutas y jugo fresco para saciar su hambre.

Mientras disfrutaban de la comida, Mateo y Sofía le contaron a los vecinos sobre su aventura construyendo la catapulta. Los vecinos se mostraron impresionados por la creatividad y determinación de los niños.

Después de haber comido lo suficiente, Mateo y Sofía agradecieron a los vecinos por su generosa ayuda. - Gracias por ayudarnos cuando más lo necesitábamos -dijo Mateo con gratitud en sus ojos-.

Aprendimos que no importa cuán difícil sea la situación, siempre habrá alguien dispuesto a ayudar si tienes el valor de pedirlo. Sofía asintió mientras abrazaba a su amigo:- Y también aprendimos que nunca debemos olvidar llevar algo de comida cuando salimos a explorar -añadió riendo.

Con el corazón lleno de gratitud y estómagos satisfechos, Mateo y Sofía regresaron a casa prometiéndose siempre estar preparados para cualquier eventualidad. Y así continuaron viviendo muchas otras aventuras juntos, recordando siempre la importancia del trabajo en equipo y la valentía para pedir ayuda cuando se necesita.

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