La Cebolla que Lloraba de Alegría



En un tranquilo huertito, lleno de colores y aromas, vivía una cebolla llamada Clara. Clara era una cebolla muy feliz y siempre tenía una sonrisa en su cáscara. Sin embargo, había un pequeño detalle que la hacía diferente: cada vez que veía a sus amigos, no podía evitar llorar.

"¿Por qué llorás, Clara?" - le preguntaba Tomás, el tomate, que siempre se acercaba curioso.

"Es que cuando veo sus caritas, me doy cuenta de que a veces les hago llorar al picarles. Y esas lágrimas me ponen triste, aunque sean de alegría" - contestaba Clara, limpiándose los ojos con sus hojitas.

A pesar de su llanto, a sus amigos les encantaba estar con ella. Clara siempre tenía historias divertidas y consejos sabrosos. Su felicidad era contagiosa, ¡pero sus lágrimas también!

Un día soleado, Clara decidió que quería ayudar a sus amigos a no llorar por su culpa. Por eso, se acercó a un viejo pimiento llamado Don Pepi, conocido en el huerto por su sabiduría.

"Don Pepi, ¿cómo puedo hacer para que mis amigos no lloren cuando me ven?" - preguntó Clara, con ojos brillantes y lágrimas asomando.

"Querida Clara, las lágrimas no son necesariamente algo malo. A veces, llorar puede ser una forma de liberar sentimientos", respondió Don Pepi, con una sonrisa tranquila.

Clara reflexionó sobre sus palabras, pero aún no se sentía del todo aliviada. Así que decidió hacer algo especial.

"Voy a hacer una fiesta, y esta vez no voy a picar ni un poquito... ¡prometido!" - exclamó Clara, emocionada.

Comenzó a planear la fiesta. Preparó decoraciones de flores, invitó a todos los vegetales del huerto y creó un ambiente alegre. El día de la fiesta, los amigos de Clara llegaron felices, pero Clara, en su afán de no hacerlos llorar, decidió esconderse hasta que estuvieran todos cómodos.

Con todos reunidos y celebrando, uno de los amigos, el repelente ajo, se dio cuenta de que Clara no estaba.

"¿Dónde está nuestra amiga Clara?" - preguntó el ajo, mirando a su alrededor.

"No sé, pero su fiesta está increíble!" - dijo la zanahoria, dando saltitos.

Cuando Clara escuchó eso, sintió que era el momento de aparecer. Fue hacia la mesa y, justo cuando iba a saludarlos, tropezó y ¡pum! se cayó.

"¡Uy, perdón!" - exclamó Clara mientras caía. En ese momento, sus lágrimas brotaron, esta vez de risa. Todos los amigos empezaron a reírse por la torpeza de Clara.

"¡Mirá cómo lloran de risa!" - dijo Clara, sintiéndose enérgica.

Al ver que la risa esparcía alegría, Clara se dio cuenta de que sus lágrimas no eran algo malo.

"¡Ya sé! ¡Puedo hacer que mis amigos se rían y no lloren por tristeza!" - exclamó Clara llenándose de alegría.

Desde ese día, Clara supo que no era necesario dejar de llorar, porque sus lágrimas eran parte de su felicidad. Con el tiempo, los amigos aprendieron a apreciar su llanto alegre y la risa se volvió un ingrediente esencial de los encuentros en el huerto.

Así, Clara la Cebolla fue entendiendo que hacer llorar a sus amigos no era malo si esas lágrimas eran de alegría. Aprendió a abrazar su sensibilidad y compartirla con sus amigos, convirtiéndose en la cebolla más feliz del huertito.

Y así, en su pequeño rincón del mundo, Clara y sus amigos vivieron felices, creando momentos llenos de risa, amor y, a veces, lágrimas de felicidad.

FIN.

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