La cenicienta Doris
Érase una vez en un pequeño pueblo de Argentina, una joven llamada Doris. Mientras que otras chicas de su edad se pasaban el día jugando y divirtiéndose, Doris pasaba la mayor parte de su tiempo ayudando en las tareas del hogar. Ella vivía con su madrastra, Doña Margot, y sus dos hermanastras, Laura y Micaela, quienes eran muy exigentes y poco amables con ella.
Doris tenía un sueño: asistir al gran baile que se celebraría en el salón del pueblo. Todos los jóvenes de la localidad estaban invitados, y la oportunidad de bailar con el apuesto Lucas le hacía latir el corazón. Pero Doña Margot no le permitía ir.
"¡Tienes que limpiar la casa y lavar la ropa! No hay tiempo para frivolidades como el baile", le decía su madrastra con desdén.
Sin embargo, su amor por la danza era inquebrantable y siempre encontraba la manera de practicar en secreto. Una noche, mientras barría, encontró un viejo par de zapatos de baile en el armario. Le resultaban perfectos.
"Mejor que un par de zapatillas de fútbol", pensó ella emocionada.
Era la noche del baile y Doña Margot y sus hermanastras estaban listas para salir. Doris, con su vestido improvisado y sus zapatos de baile, observaba desde la ventana.
"¡No puedes salir! ¡No tienes un vestido adecuado!" gritó Laura desde la puerta, riéndose de ella.
Pero, en ese mismo momento, una dulce voz resonó
"¿Por qué no te animás?" Era su amiga Lila, quien había visto cómo Doris se esforzaba por encontrar su lugar en el mundo.
"No me dejarán ir, Lila", respondió Doris, triste.
"Tengo una idea", dijo Lila entusiasmada. Con su ayuda, Doris pudo transformarse en una verdadera princesa. Juntas, usaron algunas telas viejas y crearon un vestido brillante. Lila también le prestó unas joyas que había conseguido de su abuela.
¡Doris se sentía hermosa!"¡Sos una verdadera artista!", exclamó. Pero el tiempo apremiaba, y decidieron que era el momento de salir.
Doris corrió al baile con su corazón latiendo fuerte. Al llegar, todos los jóvenes la miraron.
"¿Quién es esa chica tan hermosa?", murmuraban entre ellos.
Y allí estaba Lucas, el chico que había hecho latir su corazón.
"¡Vamos a bailar!", le dijo, extendiendo su mano.
Mientras bailaban, todo lo malo se desvanecía. Doris se sentía libre y feliz. Pero, al sonar la medianoche, recordó que debía volver antes de que Doña Margot sospechara algo. Desesperada, salió corriendo del salón, y en su apuro, un zapato de baile se le resbaló del pie.
El día siguiente, la noticia del baile y de la misteriosa chica llegó a oídos de Doña Margot. Enfurecida, decidió organizar una búsqueda para encontrar a la “princesa” que había cautivado todos los corazones. Entonces, ella y sus hermanastras visitantes fueron a cada hogar preguntando. Nadie podía imaginar que la joven que habían despreciado podía ser la misma a la que buscaban.
Doris, mientras tanto, había vuelto a su rutina, entre la banquina de caminos y las tareas hogareñas, pero sus sueños de danza nunca se extinguieron. Un día, mientras lavaba la ropa, vio a Lucas acercarse con el zapato en la mano.
"¡Hola! Estás buscando esto! No podía dejar de pensar en ti. ¿Te gustaría volver a bailar conmigo?"
"¡Sí! Pero, Lucas, no tengo un vestido ni nada..."
"No lo necesitas. Lo que importa es que te diviertas y seas tú misma. A veces la belleza está en lo que llevamos en el corazón".
Doris, con la ayuda de Lila y su nueva amiga, decidió abrir una pequeña escuela de danza en el pueblo, donde enseñaría a los niños a presentar sus pasiones sin importar lo que digan los demás.
"Bailaré como siempre lo soñé, y así ayudaré a otros a seguir sus sueños también".
Lucas, que resultó ser un gran compañero, se dedicó a ayudarla a promover la escuela con su música.
Con el tiempo, la danza se volvió una parte esencial de la vida del pueblo. Doña Margot y sus hermanastras, al ver lo bonito que se volvió todo, decidieron unirse; descubrieron que también les gustaba bailar.
Así fue como la pequeña escena de baile se convirtió en el lugar donde todos celebraban y eran felices, recordando siempre que la magia proviene de seguir los sueños y no dejar que nadie te apague tu luz.
Doris no sólo había encontrado su lugar en el mundo, sino que también compartió su amor por la danza con todos.
Y así, Doris, la cenicienta del pueblo, jamás olvidó que los sueños son reales si se luchan con pasión y alegría.
FIN.