La Cenicienta Graciosa y el Zapatito Saltarín



Era una vez una jovencita llamada Cenicienta, que no solo era buena y simpática, sino que tenía un sentido del humor inigualable. Vivía con su madrastra y dos hermanastras que, aunque eran un poco pesadas, siempre provocaban los mejores chistes de Cenicienta.

Un día, el reino anunció un gran baile en el castillo. La madrastra de Cenicienta estaba tan emocionada como si hubiera encontrado una bolsa de caramelos.

"¡Vamos a brillar!", dijo la madrastra, ajustándose los brillantes de su vestido.

"Ojalá no se rompa ningún espejo en el camino", murmuró Cenicienta mientras le daba un guiño a su perrito, Pascual.

Las hermanastras comenzaron a pelear por el vestido perfecto.

"¡Yo usaré el azul!", dijo Anastasia.

"¡No! ¡Yo usaré el fucsia!", exclamó Drusilla, con una mirada desafiante.

Cenicienta decidió que era el momento perfecto para lamentarse, así que fue hasta su perro.

"Pascual, ¿no sería increíble tener un vestido lleno de estrellas y un par de zapatos que brillen como el sol?"

"Woof!", ladró Pascual, como si dijera: "¡Vamos a hacerlo!"

Con un poco de magia (y un montón de ganas de reír), apareció su hada madrina, que a pesar de ser mágica, estaba un poco olvidada del sentido de la moda.

"Hola, Cenicienta. Tengo una varita y un montón de ideas..."

"¿Ideas? ¿O ideas locas?"

"¡Ambas!" respondió el hada con una risa estruendosa.

Al final, Cenicienta se puso un vestido brillante que parecía hacerle competencia a un arcoíris. Y sus zapatos, en lugar de ser unos simples zapatitos de cristal, eran unos zapatitos saltarines.

"¡Listo! ¡Te verás fabulosa!" dijo el hada, dándole un último toque a sus zapatos.

"Gracias, hada. ¡Y que nadie se asuste si salto de alegría!"

Cuando llegó al baile, todos la miraban con sorpresa. Las hermanastras se quedaron boquiabiertas.

"¿Cenicienta? ¿Esa sos vos?"

"Lo que pasa es que los espejos tienen un nuevo diseño" dijo ella mientras también se subía un poco el vestido.

El príncipe, que era más bien divertido que romántico, no pudo evitar soltar una risa.

"¡Esa entrada fue increíble! ¿Te gustaría bailar conmigo, Cenicienta?"

"¡Por supuesto! Pero hay un detalle: ¡tendrás que saltar también!"

Y así, ambos comenzaron a bailar y a saltar por todo el salón. Nadie había visto un baile así.

"¡Qué genial! ¡Eso nunca lo había visto!"

"¿Verlo? ¡Estoy viviéndolo!".

Después de un rato, el zapato de Cenicienta salió disparado mientras saltaba. Todos los presentes comenzaron a reír y a hacer bromas sobre los zapatos voladores.

"¡Mirá, parece que el zapato se quiere ir de vacaciones!" dijo uno de los nobles.

"¡Por favor, no se lo lleven! Es mi único zapato saltarín!" exclamó Cenicienta entre risas.

Cuando el baile terminó, Cenicienta sabía que debía regresar a casa antes de que el hechizo se rompiera. Corrió lo más rápido que pudo con un zapato en el pie y uno en la mano.

Al día siguiente, el príncipe decidió buscar a la dueña del zapato. Pero no solo quería encontrarla, quería que hiciera un espectáculo de baile por todo el reino.

"Vamos a hacer un casting de zapato volador", dijo el rey.

Tras unos días de búsqueda, finalmente encontró a Cenicienta.

"¿Eres tú la de los zapatos saltarines?"

"Sí, pero puedo saltar en cualquier calzado".

"Eso me gusta, eres muy divertida. Vamos a bailar juntos en el Reino".

Desde entonces, Cenicienta y el príncipe no solo bailaron en el castillo, sino que viajaron por todo el reino, llenando a cada pueblo de risas y alegría. Cenicienta demostró que a veces, las cosas más inesperadas pueden llevar a los momentos más brillantes de nuestras vidas, y que siempre es bueno mantener el sentido del humor, sin importar las circunstancias.

Y así, la Cenicienta graciosa vivió feliz, siempre rodeada de risas y aventuras, convirtiendo cada zapato perdido en una oportunidad para reír y brillar.

FIN.

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