La Ceremonia de la Montaña
Era un día brillante en los Andes, el sol resplandecía sobre las cumbres y una suave brisa movía las hojas de los árboles. En medio de este paisaje, Illari, una joven sabia de la aldea, había decidido realizar una ceremonia especial. Todos los habitantes del pueblo estaban invitados, pues este año había sido de gran cosecha y esperaban agradecer por todo lo recibido.
Wayra, un niño curioso y aventurero, observaba atentamente desde un costado. Sabía que Illari siempre tenía algo importante que compartir, y esa vez no sería la excepción.
- “¡Qué hermoso se ve todo esto! ” - comentó Wayra emocionado al ver las flores andinas que Ñusta y Qori llevaban en sus manos.
- “Son ofrendas para nuestra montaña. Ella nos cuida, y debemos agradecerle.” - respondió Ñusta, con una sonrisa.
- “¡Yo también quiero ayudar! ” - exclamó Wayra, dando un salto.
Illari escuchó la voz entusiasta de Wayra y se acercó, acariciando su cabeza con cariño.
- “Cada uno de nosotros puede aportar algo en esta ceremonia. Puedes traer agua de la montaña, es un símbolo de vida.” - propuso Illari.
Wayra se iluminó, y sin pensarlo dos veces, corrió hacia el arroyo cercano. Mientras llenaba un pequeño recipiente de barro con agua cristalina, recordó todas las veces que había jugado en aquel lugar. El sonido del agua al caer era como una melodía que lo llenaba de alegría.
Cuando regresó, Ñusta y Qori ya estaban colocando las ofrendas en el centro del escenario. las hojas de coca eran un símbolo de fuerza y energía, y las flores representaban la belleza de la naturaleza.
- “¡Miren, traigo agua! ” - gritó Wayra alzando su recipiente al aire.
Illari sonrió y le indicó que lo colocara entre las ofrendas.
- “Gracias, Wayra. Ahora estamos listos para iniciar la ceremonia. Todos juntos daremos gracias por lo que tenemos.” - dijo Illari, mientras comenzaba a tocar la flauta. La melodía suave llenó el aire, y todos los presentes comenzaron a unirse al canto.
Sin embargo, mientras todos se concentraban en la música y la ceremonia, un gran viento sopló, haciendo que algunas flores cayeran al suelo.
- “¡Oh no! Las ofrendas…” - exclamó Qori afligido.
- “No te preocupes, las flores aún pueden volver a sus lugares. La montaña también conoce del viento, así que debemos ser pacientes.” - dijo Illari, recordándole a todos que la naturaleza era sabia.
- “Yo puedo ayudarlos a recogerlas.” - dijo Wayra con determinación.
Y así fue como el niño se unió a Ñusta y Qori, recogiendo cuidadosamente las flores que el viento había dispersado. Mientras lo hacían, Wayra miró hacia arriba y vio cómo el sol brillaba aún más fuerte.
- “¿Ven? La montaña nos está sonriendo.” - dijo, mientras las flores volvían a ocupar su lugar.
Finalmente, después de unos minutos de trabajo en equipo y risas, las ofrendas estaban nuevamente perfectas. Illari continuó la ceremonia, y una sensación de paz llenó el aire.
Cuando terminó la música, todos aplaudieron, y Wayra sintió una inmensa felicidad por haber ayudado a su comunidad.
- “Hicimos un gran trabajo juntos. ¡Eso fue genial! ” - comentó emocionado.
- “Así es, Wayra. Cuando trabajamos en equipo, la montaña y todos nosotros nos fortalecemos.” - respondió Illari, orgullosa de la iniciativa del niño.
Desde aquel día, Wayra, Ñusta, Qori y todos los demás del pueblo siempre recordaron la importancia de agradecer a la naturaleza y trabajar juntos por un bien común.
La ceremonia no solo era un acto de gratitud, sino también una celebración de la unión y la amistad entre todos los que vivían en esa mágica montaña.
Cada año, a esa misma hora, repetían la ceremonia, llenándola no solo de ofrendas, sino también de amor, risas y recuerdos. La montaña se convertía en un testigo del vínculo inquebrantable que unía a esa comunidad, donde cada florecita y hoja de coca contaba una historia de agradecimiento, amistad y trabajo en equipo.
Y así, hasta el día de hoy, la historia de Illari y Wayra sigue inspirando a cada niño que visita la montaña, recordándoles que juntos son más fuertes y que la gratitud nunca se desvaneció, sino que se hizo parte de sus corazones, como el brillo eterno del sol que los baña con su luz.
FIN.