La Chacra de Zapallos



En una lejana aldea, donde el cielo y la tierra se encontraban en un abrazo constante, vivía una pareja muy especial: Luna, la Ayaymama, y su esposo, el Sol. Luna tenía una pasión muy particular: ¡le encantaba el zapallo! Su bebida favorita era un rico y nutritivo jugo de zapallo, y soñaba con cultivar los mejores en su propia chacra.

Un día, Luna decidió que había llegado el momento de hacer realidad su sueño. Con entusiasmo, se acercó a su esposo, el Sol.

"Querido Sol, quiero abrir una chacra y plantar zapallos. ¡Imaginá qué ricos vasos de jugo nos podremos hacer!"

El Sol, que amaba jugar a la caza, le sonrió y respondió:

"Está bien, mi amor. Yo me encargaré de buscar comida mientras vos sembrás. ¡Eso sí! Asegurate de que crezcan mucho, porque así tendré zapallo para llevar a mis amigos del bosque."

Luna se puso manos a la obra, y con sus semillas de zapallo y un poco de ayuda de la naturaleza, comenzó a sembrar su chacra. Con cada semilla que plantaba, se imaginaba disfrutando de su jugo fresco en una tarde de verano. Los días pasaban y, a medida que la tierra se llenaba de pequeñas plantas verdes, un brillo especial iluminaba los ojos de Luna.

Sin embargo, mientras ella cuidaba con amor su chacra, el Sol pasaba sus días cazando majas y venados en el bosque.

Un día, Luna notó que uno de los zapallos estaba creciendo más lento que los demás. Se acercó a tocarlo, pero notó que estaba marchito.

"¿Qué le habrá pasado a este zapallo?" se preguntó, preocupada.

Luna decidió pedirle ayuda al Sol, quien estaba a punto de salir a cazar. Ella le dijo:

"Amor, creo que mis zapallos necesitan más luz y cariño. Necesito que te quedes un poco más en casa para ayudarlos a crecer."

El Sol, sorprendido, contestó:

"No puedo quedarme, porque tengo que llevar comida a casa. Además, la llegada del verano los llenará de luz."

Las palabras del Sol dejaron a Luna pensativa. Tenía que encontrar una forma de salvar su planta.

Esa noche, mientras el Sol estaba lejos, Luna decidió hacer un pequeño experimento. Con su magia de Ayaymama, hizo un encantamiento que atrajo la luz de las estrellas hasta su chacra. Al instante, la luz iluminó el área y los zapallos parecieron despertar de un largo sueño. El que estaba marchito comenzó a levantarse, y hasta se sintió más verde.

Cuando el Sol regresó, se sorprendió al ver cómo estaba creciendo todo.

"¡Mirá Luna! Tus zapallos están hermosos. ¿Cómo lo hiciste?" preguntó admirado.

"Utilicé la luz de las estrellas. Pero, querido, no puedo hacerlo sola. Necesito que te involucres más en nuestra chacra. Juntos podríamos cosechar mucho más."

El Sol se dio cuenta de que su amoroso apoyo era vital para el éxito de la chacra. Desde ese día, decidió hacer tiempo en su apretada agenda cazadora para ayudar a Luna.

Uniendo fuerzas, él trajo nutrientes de la tierra y le enseñó a Luna a cuidar otros cultivos, mientras que ella le mostraba cómo hacer jugo de zapallo de una manera deliciosa. Juntos, sembraron otras hortalizas y flores, creando un espacio vibrante y vivo.

Pasaron los meses y llegó la época de la cosecha. Los zapallos eran enormes, y Luna, emocionada, preparó un gran banquete para celebrar la unión y el esfuerzo de ambos.

"¡Felicidades, Sol! No hubiese podido hacerlo sin tu ayuda."

"Y yo no hubiera aprendido a valorar el cultivo y el trabajo en equipo sin vos."

La alegría de su cosecha fue compartida no sólo entre ellos, sino con toda la aldea. Prepararon jugos y postres de zapallo, y compartieron risas y aventuras en una gran reunión.

Desde entonces, la chacra de Luna y el Sol se convirtió en el lugar más querido de la aldea. Y así, la Ayaymama y el Sol aprendieron que, aunque cada uno tenía sus propias pasiones, trabajados en equipo podían cosechar lo mejor de ambos mundos. Lo más importante era el amor y la colaboración, porque juntos son más fuertes.

FIN.

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