La cima de la amistad


Había una vez una niña llamada Amy que vivía en un pequeño pueblo rodeado de montañas. A Amy le encantaba jugar con sus amigos, pero lo que más disfrutaba era escalar las rocas y los árboles.

Amy siempre se sentía emocionada cuando estaba trepando. Sentía la adrenalina correr por sus venas mientras ascendía cada vez más alto. Su confianza en sí misma era tan grande que nunca pensaba en el riesgo que corría.

Un día, Amy decidió desafiar a sus amigos a subir a la cima de una montaña muy alta. Todos aceptaron el reto, pero ninguno de ellos tenía tanta experiencia como Amy. Mientras escalaban, Amy iba adelante sin ningún temor.

Pero cuando miró hacia abajo, vio que sus amigos estaban luchando para seguir su ritmo. En ese momento, sintió una mezcla de emoción y frustración. "¡Vamos chicos! ¡No pueden rendirse ahora!"- animó Amy desde arriba.

Pero por mucho que intentaran alcanzarla, sus amigos no podían seguirle el ritmo. Poco a poco, fueron quedándose atrás hasta que finalmente decidieron regresar al pueblo.

Amy llegó a la cima de la montaña sola y aunque estaba feliz por haberlo logrado, también se sentía triste porque no había compartido esa experiencia con sus amigos. Mientras descendía lentamente, su frustración comenzó a crecer dentro de ella. No entendía por qué no habían sido capaces de llegar hasta arriba como ella lo hizo.

Al llegar al pie de la montaña, encontró a su amigo Lucas esperándola con una sonrisa en el rostro. "Amy, sé que estás decepcionada porque tus amigos no pudieron llegar hasta arriba contigo.

Pero recuerda que todos tenemos diferentes habilidades y limitaciones. Es importante aprender a gestionar nuestra frustración cuando las cosas no salen como esperamos"- dijo Lucas con sabiduría. Amy se sintió aliviada al escuchar esas palabras de su amigo.

Comprendió que cada persona tiene sus propias fortalezas y debilidades, y eso no los hace mejores o peores, simplemente diferentes. A partir de ese día, Amy decidió practicar la paciencia y el compañerismo.

Aunque seguiría disfrutando de sus aventuras escalando, también aprendió a valorar el tiempo que pasaba con sus amigos, sin importar si podían alcanzarla en la cima o no.

Así fue como Amy descubrió que la verdadera diversión no radica solo en lograr grandes hazañas personales, sino en compartir momentos especiales con aquellos a quienes amamos. Y desde entonces, Amy siempre recordaría esa lección cada vez que se encontrara frente a un nuevo desafío: la importancia de reconocer nuestras emociones y aceptarlas con amor y comprensión.

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