La Ciudad Bajo el Agua
Érase una vez en un pequeño pueblo costero de Argentina, donde los pescadores contaban historias sobre una ciudad mágica que se encontraba bajo el mar. Los abuelos decían que, si uno se acercaba lo suficiente a la costa, podía escuchar el murmullo de la gente y los risas de los niños que jugaban en sus calles. La curiosidad de una niña llamada Luna la llevó a explorar la playa un día.
"¿Por qué no puedo ver esa ciudad, mamá?" le preguntó Luna a su madre mientras jugaba con la arena.
"Dicen que solo los que creen en la magia pueden verla, mi amor" respondió su mamá con una sonrisa.
Determinada a descubrir la verdad, Luna reunió a sus amigos, Mateo y Sofía, para una gran aventura. Juntos, decidieron construir un pequeño barco de madera que los llevaría a explorar el misterioso océano.
Tras días de trabajo y muchas risas, finalmente su barco estuvo listo.
"¡Estamos listos para la aventura!" exclamó Mateo, lleno de emoción.
"Sí, ¡vamos a buscar la ciudad!" gritó Sofía mientras subía al barco.
Navegaron por aguas cristalinas, sintiendo la brisa fresca en sus rostros. Un día de sol radiante, mientras exploraban una isla cercana, observaron algo resplandeciente bajo el agua. Eran peces de colores que danzaban entre corales vibrantes.
"¡Miren eso!" gritó Luna apuntando hacia el fondo marino.
"¡Es hermoso!" dijo Mateo, asombrado.
Sin pensarlo dos veces, los tres amigos se lanzaron al agua, nadando con entusiasmo. Pero, mientras exploraban, algo extraordinario ocurrió. Al tocar un misterioso coral en forma de estrella, de repente, un destello de luz iluminó el fondo del mar y, como por arte de magia, una puerta se abrió ante ellos.
"¿Qué fue eso?" preguntó Sofía, emocionada y un poco asustada.
"No lo sé, pero tengo que averiguarlo" dijo Luna, guiando a sus amigos hacia la puerta.
Al cruzarla, se encontraron en una ciudad asombrosa. Edificios de caracoles y algas eran visibles a su alrededor. Las criaturas marinas, desde tortugas hasta delfines, caminaban y hablaban entre ellos, llenando el lugar de vida y alegría.
"¡Bienvenidos a Coralopolis!" saludó un pez con grande lentes.
"¿Coralopolis?" repitió Luna, extasiada.
"Sí, la ciudad de los sueños y la imaginación. Aquí todos nuestros sueños se hacen realidad" dijo el pez, guiándolos a través de la ciudad.
Mientras exploraban, descubrieron que cada rincón de Coralopolis era mágico. Allí, los amigos aprendieron sobre la importancia de cuidar el océano y los seres que lo habitan. Ellos mismos hicieron pequeños artefactos que ayudaban a mantener el mar limpio.
"¡Miren, estamos ayudando al océano!" gritó Mateo mientras ensamblaba un dispositivo que recogía basura del agua.
"Esto es increíble, ¿podemos quedarnos aquí para siempre?" preguntó Sofía, deseando no salir nunca de aquel lugar.
Pero, a medida que el sol comenzaba a ponerse, el pez les recordó que era hora de regresar a casa.
"Los sueños son hermosos, pero también deben ser compartidos con el mundo que los rodea. No pueden olvidarse de cuidar su propio océano" les aconsejó.
Luna, Mateo y Sofía asintieron, comprendiendo la gran responsabilidad que tenían. Despidieron a sus nuevos amigos y cruzaron nuevamente la puerta hacia el mundo real.
Al regresar a la playa, sintieron que llevaban consigo un tesoro invaluable: el conocimiento de la importancia de proteger su hogar y su amor por el océano.
"¡Nunca olvidemos Coralopolis!" dijo Luna con una sonrisa.
"¡Y lo que hemos aprendido!" añadió Mateo.
"Sí, prometamos cuidar nuestro mar y a todos los seres que viven en él" concluyó Sofía.
Desde aquel día, los tres amigos se convirtieron en los defensores del océano en su pueblo, inspirando a otros a cuidar la naturaleza. Nunca dejaron de soñar, porque sabían que la verdadera magia reside en proteger lo que amamos.
Y así, la ciudad bajo el agua y sus enseñanzas quedaron grabadas por siempre en sus corazones.
FIN.