La ciudad bajo la lluvia



Había una vez un niño llamado Andrés, que tenía 10 años y estaba muy emocionado porque había quedado en encontrarse con su amigo Martín el fin de semana para divertirse juntos.

Habían planeado jugar al fútbol, comer helado y pasar un día genial después de una semana agotadora de clases. El viernes, Andrés no podía contener la emoción y le dijo a su mamá: "-Mañana me voy a encontrar con Martín y vamos a jugar todo el día.

¡Va a ser genial!" Su mamá sonrió y lo miró con ternura, sabiendo lo importante que era para él ese encuentro.

Sin embargo, cuando Andrés se despertó el sábado por la mañana, se dio cuenta de que el clima no estaba de su lado. Afuera llovía a cántaros y parecía que el cielo estaba llorando sin parar. Andrés sintió cómo la decepción se apoderaba de él al pensar que su día perfecto se arruinaría por la lluvia.

Su mamá lo vio desanimado y se acercó a él. "-No te preocupes, Andrés", le dijo con cariño. "A veces las cosas no salen como esperamos, pero siempre hay maneras de divertirse incluso en los días más grises".

Andrés pensó en las palabras de su mamá y decidió no darse por vencido.

Llamó a Martín y le propuso una idea: "-¡Martín! ¿Qué te parece si construimos una ciudad con bloques dentro de casa? Podemos hacer edificios altísimos y calles llenas de aventuras". Martín aceptó emocionado la propuesta. Así fue como pasaron toda la mañana construyendo una increíble ciudad imaginaria dentro del cuarto de Andrés.

Usaron bloques de todas las formas y colores para crear edificios, parques, calles e incluso un estadio donde jugaban partidos de fútbol con sus dedos como jugadores. Cuando terminaron, ambos amigos se miraron orgullosos del trabajo en equipo que habían hecho.

A pesar de la lluvia fuera, dentro reinaba la alegría y la diversión gracias a su creatividad e imaginación. Esa tarde, después de jugar tanto, decidieron ver una película juntos mientras compartían palomitas de maíz.

Se reían y disfrutaban cada momento como si fuera el mejor día que hubieran tenido.

Al final del día, cuando Martín se fue a su casa bajo la lluvia ya cesante, Andrés abrazó a su mamá felizmente y le dijo: "-Gracias por enseñarme que siempre hay formas diferentes de divertirse aunque las cosas no salgan como uno espera". Su mamá lo abrazó devolviéndole el gesto con amor infinito.

Y así terminó un sábado lluvioso que empezó con desilusión pero acabó siendo uno de los días más especiales en la vida de Andrés gracias a su creatividad, amistad verdadera y amor familiar.

FIN.

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