La Ciudad de los Espejos



En un lugar lejano, había una ciudad llamada Elyria, conocida como la Ciudad de los Espejos. En Elyria, la realidad y la ilusión se confundían: los espejos que adornaban sus calles no solo reflejaban imágenes, sino también sueños y miedos.

Un día, llegó a la ciudad una niña llamada Lía. Con sus grandes ojos curiosos y su cabello rizado, se sintió fascinada por los espejos que brillaban bajo el sol.

"¡Hola! ¿Qué es este lugar tan especial?" preguntó Lía a una anciana que estaba sentada en un banco.

"¡Bienvenida a Elyria, querida! Aquí los espejos pueden mostrarte cosas maravillosas, pero también cosas que no son reales. Debes tener cuidado," advirtió la anciana.

Intrigada, Lía siguió explorando la ciudad. En su camino, se topó con un espejo enorme que parecía cobrar vida. De repente, la imagen que reflejaba era ella misma, pero en lugar de su vestido azul, llevaba un brillante vestido de gala.

"Mirá, soy una princesa!" exclamó Lía emocionada, dando vueltas con gracia.

Pero, de pronto, el espejo comenzó a distorsionarse y la imagen de la princesa se tornó oscura, mostrándola triste, sola y con una corona que pesaba demasiado.

"¿Por qué estoy así?" se preguntó Lía, sintiendo un nudo en su estómago.

"Porque no es la verdad, pequeña. Ser princesa no significa ser feliz," respondió el espejo, con una voz suave.

Lía dio un paso atrás, confundida. En ese momento, apareció un pequeño ratón llamado Enzo, que la miró con curiosidad.

"¿Te pasó algo, amiga?" le preguntó Enzo.

"Este espejo me hizo sentir como si fuera una princesa, pero no es real. ¿Qué debo hacer?"

"A veces, lo que queremos ser no es lo que realmente necesitamos. Ven, te llevaré a ver otros espejos que muestran la verdad," sugirió Enzo.

Juntos, recorrieron las calles de Elyria. A cada paso, Lía se encontró con espejos que reflejaban no solo belleza exterior, sino también momentos de bondad y amistad.

"Mirá este espejo, Lía. Aquí estás ayudando a un amigo," dijo Enzo, señalando una imagen donde Lía estaba compartiendo su almuerzo con un compañero.

"¡Es verdad! ¡Me siento feliz cuando ayudo!" exclamó Lía.

Continuaron su aventura, descubriendo diferentes versiones de Lía en cada espejo. En uno de ellos, estaba felizmente jugando con un grupo de niños; en otro, saltando en un charco bajo la lluvia.

"Estos son momentos especiales de tu vida, ¡lo que realmente importa!" dijo Enzo.

Después de ver todo eso, Lía se sentía más ligera. Por primera vez, comprendió que los espejos no siempre mostraban lo que uno deseaba ser, sino lo que realmente era y lo que podía llegar a ser a través de su bondad.

Finalmente, se detuvieron frente a un espejo pequeño, rodeado de flores.

"Mirá bien, Lía. ¿Qué ves?"

Lía se acercó y observó. Este espejo reflejaba a una niña con una gran sonrisa, rodeada de amigos y risas, y en su pecho, un corazón brillante.

"Veo a Lía, la que quiere aprender, apoyar a sus amigos y disfrutar cada momento. ¡Esa soy yo!" se iluminó Lía.

"Exactamente, así es como debes verte cada día. Recuerda, la verdadera belleza está en quienes somos y en las acciones que elegimos," le enseñó Enzo.

Lía sonrió al espejo, sintiéndose feliz por primera vez. Sabía que a partir de ese momento, siempre elegiría ver la verdad y nunca se dejaría engañar por la ilusión.

Y así, con su nuevo amigo, Lía se despidió de la Ciudad de los Espejos, llevando consigo no solo recuerdos, sino lecciones valiosas sobre la amistad, la honestidad y la importancia de perseguir lo que realmente la hacía feliz.

FIN.

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