La Ciudad de los Sueños



Había una vez en la ciudad de Buenos Aires un niño llamado Fankin, que desde pequeño soñaba con ser arquitecto.

Todos los días, después de la escuela, se sentaba en su escritorio y dibujaba planos de edificios increíbles y parques maravillosos. Pero lo que más le gustaba a Fankin era imaginar cómo sería esa ciudad si pudiera construirla él mismo.

Cerraba los ojos y se sumergía en un mundo de fantasía donde las calles eran ríos gigantes por donde navegaban barcos hechos de cartón, y los edificios eran castillos encantados habitados por hadas y duendes.

Un día, mientras paseaba por el parque con su mejor amigo Tomás, Fankin vio un terreno baldío y supo al instante que ese era el lugar perfecto para empezar a construir su ciudad soñada. "Tomás, ¿te imaginas si aquí construimos una torre tan alta que llegue hasta las nubes? ¡Sería genial!" -dijo Fankin emocionado.

"¡Sí! Y podríamos poner un parque acuático en la base de la torre para que todos se diviertan" -respondió Tomás entusiasmado. Así fue como Fankin y Tomás comenzaron a trabajar juntos en la construcción de la ciudad imaginaria.

Con palitos de helado hacían los cimientos de los edificios, con hojas secas creaban árboles mágicos y con telas viejas levantaban tiendas de campaña para los habitantes del lugar. Poco a poco, la ciudad fue tomando forma gracias a la creatividad e ingenio de los dos amigos.

Cada día descubrían algo nuevo: una fuente que lanzaba chorros de colores al cielo, un puente hecho con hilos mágicos que llevaba a un bosque encantado lleno de animales parlantes, e incluso un estadio donde se celebraban partidos entre equipos formados por muñecos articulados.

La fama de la ciudad construida por Fankin y Tomás comenzó a extenderse entre los niños del barrio, quienes venían maravillados a visitarla y jugar en sus calles llenas de magia e imaginación.

Un día, mientras observaban desde lo alto de la torre el atardecer pintando el cielo de tonos dorados y rosados, Fankin le dijo a Tomás:"¿Sabes qué? Creo que no necesitamos ser arquitectos famosos para crear cosas increíbles. Solo hace falta imaginación y ganas de hacerlo realidad".

Tomás asintió sonriente y juntos se abrazaron disfrutando del momento único que habían creado con sus propias manos.

Y así termina nuestra historia sobre Fankin, el niño juguetón que aprendió que no hay límites cuando se trata de soñar en grande y construir mundos llenos de magia dentro de nuestra propia realidad. Porque al final del día, lo importante no es cuánto sabemos o tenemos, sino cuánto somos capaces de imaginar y crear con amor y pasión.

FIN.

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