La ciudad que soñaba despierta



En un rincón del mundo, había una ciudad llamada Soñalía. Esta era una ciudad muy peculiar, ya que estaba habitada por niños que nunca dormían. En Soñalía, todos los días eran como un sueño despierto; los ríos eran de chocolate, los árboles daban caramelos y las nubes eran de algodón de azúcar. Sin embargo, las cosas eran un poco diferentes. A pesar de que todos se divertían, había una cosa que faltaba: la imaginación.

Un día, un niño llamado Leo decidió que algo debía cambiar. "No puede ser que todos los días sean lo mismo. Quiero vivir aventuras, crear cosas nuevas y soñar de verdad”, dijo Leo con determinación.

Sus amigos, Ana, un genio de la ciencia, y Tomás, un gran artista, lo miraron con curiosidad. "¿Y cómo vamos a hacer eso? ” -preguntó Ana, rascándose la cabeza.

"Simple, busquemos algo que nos inspire. Tal vez, una idea mágica o un lugar secreto donde la imaginación pueda florecer,” respondió Leo.

Así, los tres amigos se armaron de valor y salieron en busca de su propia aventura. Caminando por el Bosque de las Fantasías, se encontraron con un viejo libro olvidado. "Mirá, ¡este libro parece mágico! ” -exclamó Tomás, hojeándolo con emoción. Dentro de sus páginas, encontraron un mapa que decía: "El Jardín de la Imaginación, el lugar donde los sueños se hacen realidad”.

"¡Ese es nuestro destino!" -gritó Leo. Los tres decidieron seguir el mapa. Sin embargo, en el camino, se encontraron con un grupo de criaturas llamadas Los Dibus, que estaban tristes porque sus dibujos nunca cobraban vida.

"¿Por qué están tan tristes?" -preguntó Ana.

"Porque dibujamos con todo nuestro cariño, pero nuestros sueños siempre quedan en la hoja, nunca pasan a ser reales" -respondió uno de los Dibus con una lágrima en el ojo.

Leo pensó por un momento y dijo "¡Tal vez nosotros podamos ayudarles!". Juntos, decidieron organizar un gran concurso de dibujos en el que todos los Dibus y niños de Soñalía pudieran participar.

Al día siguiente, bajo el árbol de los cuentos, los habitantes de Soñalía se reunieron. "El concurso de dibujos comenzará ahora!" -anunció Leo emocionado. Pronto, los Dibus empezaron a dibujar paisajes mágicos, y todos los niños, motivados por la idea, comenzaron a crear sus propios mundos.

Mientras el sol brillaba y las risas resonaban, Ana tuvo una idea brillante. "¿Y si además de dibujar, hacemos un espectáculo donde mostramos nuestras historias llevando los dibujos a la vida? ”

Todos estuvieron de acuerdo y pasaron horas creando guiones y personajes basados en los dibujos. Los Dibus se unieron a ellos, entusiasmados por la oportunidad de ver sus creaciones cobrar vida.

El gran día del concurso llegó. Cada niño y Dibu mostró su obra en un espectacular teatro al aire libre. Al finalizar, algo increíble sucedió: los dibujos empezaron a brillar y, uno a uno, comenzaron a levantarse del papel y a bailar por el escenario.

Todos aplaudieron. Era como si la magia de la imaginación envolviera a Soñalía. Leo, Ana y Tomás se miraron con alegría, entendiendo que, a veces, solo necesitas compartir tus ideas para hacer realidad lo que sueñas.

Desde aquel día, Soñalía nunca fue la misma. Los niños despertaron su imaginación, y la ciudad se llenó de colores, cuentos y aventuras.

"¡No necesitamos dormir para soñar!" -dijo Leo.

"¡Podemos soñar despiertos todos los días!" -añadió Ana.

"¡Y siempre podemos crear juntos!" -finalizó Tomás.

Y así fue como la ciudad que soñaba despierta empezó a vivir cada día como una nueva aventura, donde la creatividad y la amistad eran las mayores de las magias.

FIN.

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