La clase de la profesora Clara
Era un día soleado en la escuela Primaria Arco Iris, donde enseñaba la profesora Clara. Con su cabello rizado y su sonrisa amplia, siempre iluminaba el aula con alegría. Hoy, la profesora decidió que sería un día especial, así que preparó un juego que enseñaría a sus alumnos el valor del respeto y la valoración mutua.
"¡Hola, mis pequeños exploradores! Hoy vamos a jugar a algo diferente. Se llama 'El Tesoro Escondido'" - anunció Clara emocionada.
Sus alumnos aplaudieron, llenos de curiosidad.
"Voy a esconder un objeto especial en el aula. Pero para encontrarlo, primero tendrán que resolver unos acertijos que les ayudarán a entender lo que significa respetarse y valorarse entre ustedes. ¿Listos?" - preguntó Clara.
"¡Sí!" - gritaron al unísono, saltando de sus asientos.
La profesora Clara empezó a leer el primer acertijo:
"Soy algo que todos tienen, y si no me cuidas, puede lastimar. Pero si aprendes a apreciarme, ¡brillaré como un faro!".
Los chicos discutieron entre ellos. Finalmente, Carla, una niña con grandes sueños, exclamó:
"¡Es la amistad!".
"¡Exacto!" - celebró Clara. "La amistad es un tesoro que debemos cuidar. Por eso estamos todos aquí, para apoyarnos unos a otros."
Tras varios acertijos, los alumnos finalmente llegaron a un lugar donde Clara había escondido un brillante corazón de papel.
"Este corazón representa la importancia de valorar a cada uno de ustedes. Si ustedes se sienten valorados, eso se reflejará en cómo tratan a los demás" - explicó Clara.
Pero, mientras todos celebraban su descubrimiento, de repente se oyó un sollozo. Era Andrés, un compañero que siempre se sentía un poco excluido.
"No sé si sirvo de mucho... A veces siento que no aporto nada al grupo" - dijo, con la mirada baja.
La profesora Clara, con ternura, se acercó a él.
"Andrés, ¿quieres saber un secreto?" - preguntó. "Cada uno de ustedes tiene algo especial que ofrecer. Verás, ahora vamos a hacer otro ejercicio, el 'Rincón de los talentos'".
Clara llevó a todos al patio.
"Cada uno, uno a uno, va a compartir algo que les gusta hacer o que saben hacer bien. Esto va a ayudarnos a ver cuán únicos somos y cómo juntos formamos un grupo maravilloso".
Andrés dudó, pero luego, tras pensar un momento, se animó.
"Me gusta dibujar, aunque siento que no soy muy bueno" - confesó, mirando algo nervioso.
"¡Eso es genial, Andrés! A todos nos gusta el arte. Me gustaría ver tus dibujos" - alentó Clara, sonriéndole.
A medida que cada alumno compartía su talento, desde cantar hasta narrar historias, la atmósfera se llenó de risas y aplausos. Cuando fue el turno de Andrés, todos estaban ansiosos por ver su dibujo. Sus ojos se iluminaron al mostrar un hermoso paisaje que había hecho.
"¡Es hermoso!" - exclamó Carla. Los otros chicos también comenzaron a animarlo, y pronto se sintió parte del grupo.
"Gracias, chicos. Nunca pensé que ustedes apreciaran lo que hago. Me siento diferente ahora" - dijo Andrés, con una sonrisa finalmente dibujada en su rostro.
Clara, emocionada, completó la actividad.
"Recuerden que todos somos valiosos. Ser amigos y valorar a los demás no solo hace que nos sintamos bien, también hace que nuestro mundo sea más lindo. Siempre debemos recordarlo, no solo hoy, sino todos los días".
Al regresar al aula, Clara sorprendió a sus alumnos con un mural donde todos podían pegar los dibujos que habían hecho ese día, creando un espacio alegre y lleno de creatividad. Cada uno encontraba su lugar en el mural, simbolizando que todos son importantes en la comunidad.
"Hoy hemos aprendido que en la diversidad de talentos reside nuestra fuerza, y de la misma manera, el respeto es la clave para mantenernos unidos" - concluyó la profesora.
Desde ese día, los alumnos del aula de la profesora Clara no solo valoraron sus habilidades, sino también comenzaron a respetarse más entre ellos. Y así, cada día en el aula se volvió un lugar donde todos se sentían únicos, valorados y queridos, gracias al hermoso legado que había dejado su profesora.
FIN.