La Comunidad del Árbol Mágico
Había una vez en los hermosos campos de Gran Canaria, un poblado donde vivían niños y niñas de todas las edades.
En este lugar, cada uno era único y especial a su manera, pero algunos se sentían inseguros debido a las diferencias en sus cuerpos. En el centro del poblado había un gran árbol llamado El Árbol de la Diversidad. Sus ramas eran tan frondosas que parecían abrazar a todos los habitantes del lugar.
Bajo su sombra se reunían los niños y niñas para jugar y compartir historias. Un día, dos amigos llamados Marta y Pedro decidieron explorar más allá del poblado en busca de aventuras.
Caminaron por senderos desconocidos hasta llegar a una cueva escondida entre las montañas. Dentro de la cueva encontraron un misterioso libro antiguo con ilustraciones maravillosas. Emocionados, Marta y Pedro comenzaron a leer el libro juntos. Descubrieron que era una fábula sobre el amor y la diversidad.
Las imágenes mostraban animales diferentes conviviendo en armonía, sin importar cómo lucieran o qué habilidades tuvieran. Al leer la fábula, Marta y Pedro comprendieron que no importaba si tenían cuerpos grandes o pequeños, altos o bajitos.
Lo importante era aceptarse mutuamente tal como eran y valorar las cualidades únicas que cada uno poseía. Entusiasmados por esta nueva sabiduría, regresaron al poblado para compartirlo con sus amigos.
Organizaron una reunión debajo del Árbol de la Diversidad e invitaron a todos los niños y niñas a participar. Cuando todos estuvieron reunidos, Marta y Pedro contaron la fábula y mostraron las ilustraciones del libro.
Los niños y niñas prestaron mucha atención, asombrados por la belleza de las imágenes y la enseñanza que transmitían. Después de terminar la historia, los niños comenzaron a hablar entre sí. Algunos compartieron sus inseguridades sobre sus cuerpos y cómo se sentían diferentes a los demás.
Pero poco a poco, gracias al mensaje de la fábula, comenzaron a comprender que no había nada malo en ser diferentes. Los niños decidieron hacer una actividad especial para celebrar su diversidad. Cada uno dibujó un autorretrato donde resaltaban sus características únicas.
Había niños con pecas, otros con cabellos rizados o lentes, algunos más altos o más bajitos. Todos se aceptaban mutuamente tal como eran.
Los dibujos fueron pegados en el tronco del Árbol de la Diversidad para recordarles a todos lo hermoso que era ser diferentes. A partir de ese día, el poblado se convirtió en un lugar lleno de amor y aceptación.
Marta y Pedro se sintieron felices al ver cómo su aventura había ayudado a cambiar las vidas de los demás niños y niñas del poblado. Se dieron cuenta de que el verdadero valor estaba en el interior de cada persona y no en su apariencia física.
Y así fue como aquel pequeño poblado en los campos de Gran Canaria aprendió a aceptarse unos a otros sin importar las diferencias físicas. Bajo el Árbol de la Diversidad creció una comunidad fuerte y unida, donde todos se amaban y valoraban.
Y todo comenzó gracias a una antigua fábula sobre el amor y la diversidad. Fin.
FIN.