La Cueva de los Novios
Había una vez, en el hermoso pueblo de Chuquishuari, dos jóvenes pastores llamados Lila y Mateo. Desde que eran pequeños, siempre se habían encontrado en los campos llenos de flores y ovejas, pero cuando crecieron, también comenzó a florecer en ellos un amor tan grande como el cielo mismo.
Un día, mientras pastoreaban juntos, Lila dijo:
"Miguel, ¿no sería maravilloso poder estar juntos siempre?"
Mateo, sonriendo con ternura, le respondió:
"Sí, Lila, pero a veces los mayores nos dicen que hay cosas que no debemos hacer. La verdad es que yo quiero ser libre contigo, sin reglas ni prohibiciones."
Pero, como muchas veces pasa en los cuentos, no escucharon las recomendaciones de sus abuelos sobre no alejarse demasiado. Se adentraron en la montaña y encontraron una misteriosa cueva.
"Mirá, Mateo, ¡qué lugar tan mágico! Vamos a entrar, a ver qué hay adentro. ¡Puede ser una gran aventura!"
"No sé, Lila. A lo mejor hay algo que no debemos descubrir. Pero... quiero estar contigo."
Decididos, entraron. La cueva estaba llena de cristales brillantes y colores vibrantes, parecía un mundo de ensueño. Pero, de repente, un fuerte eco resonó, y la voz de un viejo espíritu se escuchó en la cueva:
"¡Desobedientes! Ustedes han llegado a un lugar prohibido. Como castigo, serán convertidos en rocas y vivirán aquí para siempre, separados de su amor."
Lila y Mateo se miraron, asustados y confundidos.
"No, por favor, no podemos ser rocas. ¡Queremos estar juntos!" - suplicaron. Pero ya era demasiado tarde. Con un brillo de luz, Lila y Mateo fueron transformados en dos rocas, inmóviles dentro de la cueva.
Pasaron los días y las estaciones cambiaron, pero ellos permanecían como rocas, sintiendo cada rayo de sol y cada gota de lluvia, pero sin poder hablar. Sin embargo, algo extraordinario ocurrió. Al sentir el amor de los habitantes del pueblo que venían a visitarlos, comenzaron a escuchar sus voces de nuevo.
"¡Vamos, Lila y Mateo, ustedes son una inspiración para todos nosotros!"
Decían las verduras que crecían cerca de la cueva.
"Sí, su amor nos recuerda que nunca debemos dejar de soñar."
Los aldeanos iban a la cueva y compartían historias felices, sueños y canciones, llenando el lugar de risas. Poco a poco, el amor de los pueblos y su valentía frente a la adversidad comenzaron a hacer magia. Las flores brotaron junto a las rocas, y el eco de las voces amorosas resonó.
Un día, en medio de la luz del atardecer, algo increíble sucedió. Una pequeña niña llamada Ana llegó a la cueva y comenzó a contar una historia sobre un amor eterno.
"Había una vez un reino donde los pastores podían amarse sin límites, libremente..." - les decía.
Algo en las palabras de Ana tocó el corazón de las rocas. Su amor resplandecía como un sol dorado, y con cada palabra, la magia se hacía más fuerte. De repente, un brillo iluminó la cueva.
"¡Siento que algo está pasando!" - exclamó Lila.
Las rocas empezaron a temblar y, por un instante, Lila y Mateo sintieron que volvían a ser ellos mismos. Con una explosión de luz, se encontraron tomados de la mano, de nuevo, en forma humana.
"Lo logramos, Lila. Nuestra fe en el amor y en los demás nos ha liberado."
"Nunca debemos olvidar, Mateo, que el amor no solo es entre dos, sino que se hace más fuerte con la ayuda de quienes nos rodean."
Desde entonces, Lila y Mateo vivieron felices, recordando siempre que desobedecer podía tener consecuencias, pero que el amor, cuando se comparte, tiene el poder de superar cualquier obstáculo. Juntos cuidaron de las ovejas en los campos de Chuquishuari, contando su historia a los demás y enseñando la importancia de la comunidad y el respeto.
Y así, la cueva de los novios se convirtió en un lugar donde los enamorados iban a recordar que el amor, el respeto, y la amistad son más fuertes que cualquier cosa.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.