La cueva del valor



Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, tres amigos muy valientes y curiosos: Lucas, Andrés y Martina.

Desde que escucharon el rumor sobre los espíritus malignos que habitaban en la caverna cercana al pueblo, no pudieron evitar sentirse atraídos por la aventura. Un día soleado, decidieron reunirse en el parque del pueblo para planificar su expedición.

Sentados en una vieja banca de madera, Lucas propuso:- ¿Qué les parece si vamos a la caverna para descubrir si realmente hay espíritus malignos? Andrés y Martina se miraron emocionados y asintieron con entusiasmo. Estaban ansiosos por vivir una gran aventura juntos. Al día siguiente, cargaron sus mochilas con linternas, botellas de agua y algunos bocadillos.

Se despidieron de sus familias y comenzaron su caminata hacia la montaña. El sendero estaba lleno de árboles altos y frondosos que parecían saludarlos mientras avanzaban.

A medida que subían más alto, el aire fresco les acariciaba el rostro y las vistas panorámicas los dejaban sin aliento. Finalmente llegaron a la entrada de la caverna. Era oscura y misteriosa; todo lo contrario a lo que imaginaban ellos como niños intrépidos.

Martina tembló un poco antes de decir:- ¿Están seguros de querer entrar? Podemos regresar si tienen miedo... Pero Lucas y Andrés estaban decididos a enfrentar sus temores. Tomándose las manos, entraron juntos en la cueva.

La oscuridad los envolvía y solo podían escuchar el sonido de sus propios pasos. Lucas encendió su linterna y la luz iluminó las paredes rocosas de la caverna. De repente, un ruido extraño resonó en el aire. Los amigos se miraron asustados, pero decidieron seguir adelante.

Continuaron caminando hasta que encontraron una bifurcación en el camino. Andrés sugirió tomar uno de los caminos, mientras Martina decía que deberían tomar el otro. - ¿Qué hacemos ahora? -preguntó Lucas, sintiendo una ligera desesperación.

Justo en ese momento, una pequeña ardilla apareció frente a ellos y comenzó a correr por uno de los caminos. Como si fuera un signo del destino, decidieron seguir a la ardilla por ese camino.

A medida que avanzaban, notaron cómo la cueva se volvía más angosta y empinada. El miedo comenzaba a apoderarse de ellos nuevamente cuando escucharon un grito agudo proveniente del fondo de la caverna. - ¡Ayuda! ¡Por favor! -gritaba alguien con voz temblorosa.

Sin pensarlo dos veces, corrieron hacia el sonido y encontraron a un hombre atrapado entre algunas rocas. Era Don Manuel, un anciano del pueblo que había desaparecido hace días. Con todas sus fuerzas, lograron liberarlo y lo llevaron afuera donde estaba seguro.

Don Manuel les contó cómo había caído accidentalmente dentro de la cueva mientras buscaba setas para cenar esa noche. Los niños estaban aliviados al saber que no había espíritus malignos en la caverna, solo un hombre necesitando ayuda.

Se dieron cuenta de que los rumores no siempre eran ciertos y que a veces el miedo podía nublar nuestra visión de la realidad. Regresaron al pueblo como héroes, donde fueron recibidos con abrazos y felicitaciones.

Desde ese día, Lucas, Andrés y Martina aprendieron a no dejarse influenciar por los rumores y siempre buscar la verdad en las situaciones. Y así, su valentía e inteligencia inspiraron a otros niños del pueblo a enfrentar sus propios miedos y descubrir nuevas aventuras juntos.

Porque en Villa Esperanza, todos aprendieron que la verdadera magia reside en superar nuestros temores y confiar en nosotros mismos.

FIN.

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