La cueva del zorro



Esmeralda era una niña muy especial. Siempre se la veía con una sonrisa en el rostro y un brillo en los ojos.

Sus abuelos Adela y Roberto eran su gran amor, y ella pasaba todo el tiempo que podía con ellos. El jardín de los abuelos era uno de los lugares favoritos de Esmeralda. Allí encontraba un mundo lleno de aventuras por descubrir.

Había árboles frutales, flores de todos los colores, mariposas revoloteando, pájaros cantando y pequeños animales escondidos entre las hojas. Un día, mientras jugaba en el jardín, Esmeralda vio algo brillante detrás del arbusto más grande del lugar. Curiosa como era, decidió investigar qué era lo que se ocultaba allí.

- ¿Qué será eso? -se preguntó Esmeralda mientras avanzaba hacia el arbusto. Cuando llegó al otro lado del mismo, encontró un pequeño camino que llevaba a una cueva escondida detrás de la vegetación.

Sin pensarlo dos veces, Esmeralda decidió adentrarse en la cueva para ver qué había dentro. Al principio estaba oscuro y asustadiza pero poco a poco sus ojos se acostumbraron a la oscuridad y empezó a ver formas extrañas sobre las paredes.

Descubrió estalactitas colgantes del techo como si fueran cortinas transparentes y estalagmitas apuntando desde el suelo como si quisieran tocarlas con sus dedos puntiagudos. De repente escuchó unos ruidos extraños provenientes del fondo de la cueva.

Su corazón latía con fuerza y su mente se llenaba de preguntas. ¿Qué sería? ¿Sería peligroso? Decidió avanzar con precaución, siguiendo el sonido hasta llegar a una sala en la que había un pequeño arroyo. Allí encontró a un animalito que estaba atrapado entre las piedras.

- ¡Pobrecito! -exclamó Esmeralda al verlo allí-. Voy a ayudarte. Con mucho cuidado, logró sacar al animal del agua y lo llevó afuera para curarlo. Era un pequeño zorro bebé que había perdido a su madre.

A partir de ese día, Esmeralda se convirtió en la amiga del pequeño zorro. Lo visitaba todos los días después de la escuela y lo alimentaba con leche y pan.

Los abuelos estaban muy orgullosos de ella por haber rescatado al pequeño animalito, y juntos hicieron todo lo posible para asegurarse de que tuviera una vida feliz y saludable. Desde entonces, Esmeralda aprendió que siempre hay aventuras por descubrir en lugares inesperados.

Y aunque algunas veces pueden ser un poco intimidantes, no hay nada más gratificante que ayudar a aquellos en necesidad.

Y así pasaron los días en el jardín mágico de los abuelos, donde Esmeralda vivió muchas otras aventuras maravillosas junto a sus amigos animales mientras aprendía importantes lecciones sobre amor y amistad.

FIN.

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