La cueva encantada



Había una vez un valiente joven llamado Gustavo, quien vivía en un pequeño pueblo ubicado en medio de la selva colombiana. Gustavo era curioso y aventurero, siempre buscando nuevas emociones y experiencias.

Un día, mientras exploraba el bosque cercano a su casa, escuchó un rumor sobre una cueva misteriosa escondida en lo más profundo de la selva. La gente del pueblo decía que esa cueva estaba embrujada y que nadie se atrevía a acercarse a ella.

Intrigado por esta historia, Gustavo decidió investigar por sí mismo. Armado con su mochila llena de provisiones y su linterna encendida, se adentró valientemente en la densa vegetación de la selva.

A medida que avanzaba entre los árboles altos y frondosos, el ambiente se volvía cada vez más oscuro y silencioso. El sonido del viento susurrando entre las hojas parecía ser lo único presente en aquel lugar inhóspito.

Finalmente, después de horas de caminar, Gustavo encontró la entrada de la cueva. Una ráfaga de aire frío sopló desde su interior mientras él dudaba si debía continuar o no. Sin embargo, su espíritu aventurero le empujaba a seguir adelante.

Gustavo entró cautelosamente en la cueva oscura sin saber qué esperar. A medida que avanzaba por los estrechos pasadizos rocosos, comenzó a escuchar extraños ruidos provenientes del fondo: susurros ininteligibles y pasos sigilosos.

El corazón de Gustavo empezó a latir más rápido, pero no dejó que el miedo lo paralizara. Siguió adentrándose en la cueva hasta llegar a una gran sala iluminada por una extraña luz verde. En medio de la sala, Gustavo vio un antiguo altar con extraños símbolos tallados en la piedra.

Al acercarse, sintió una presencia siniestra y supo que algo no estaba bien. De repente, las luces se apagaron y todo quedó sumido en la oscuridad total.

Gustavo sacó su linterna y trató de buscar una salida, pero parecía estar atrapado en aquel lugar tenebroso. Mientras intentaba encontrar una salida desesperadamente, escuchó un susurro cerca de su oído: "-Gustavo... ¿por qué has venido aquí?". Era una voz grave y escalofriante que le helaba la sangre.

Gustavo sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero decidió enfrentar sus miedos. "¡Yo he venido en busca de respuestas!", respondió con valentía. Entonces, las luces volvieron a encenderse lentamente revelando a un anciano sabio parado frente a él.

El anciano sonrió y dijo: "-Has demostrado coraje al aventurarte hasta aquí. Pero debes recordar que el verdadero valor radica en aprender y comprender".

El anciano explicó que aquella cueva era solo un lugar donde los antiguos habitantes realizaban rituales para conectarse con la naturaleza y aprender sobre ella. No había nada malvado ni embrujado allí, solo conocimiento esperando ser descubierto.

Gustavo escuchó atentamente las palabras del anciano y comprendió que había dejado que el miedo y la imaginación se apoderaran de él. Decidió aprender de aquel lugar en vez de temerle. Desde ese día, Gustavo se convirtió en un defensor de la selva, compartiendo su conocimiento con los demás para protegerla.

Aprendió a respetar y valorar la naturaleza, entendiendo que solo cuidando nuestro entorno podemos vivir en armonía con él.

Y así, Gustavo se convirtió en un ejemplo para todos los habitantes del pueblo, demostrándoles que no hay nada más valioso que enfrentar nuestros miedos y aprender de ellos.

FIN.

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