La disculpa de Tucumán


En un pequeño pueblo de Tucumán, en el año 1810, vivían dos amigos inseparables llamados Gregorio y José Ignacio. Ambos tenían 10 años y disfrutaban pasar su tiempo juntos explorando y divirtiéndose.

Sin embargo, había una persona a la que siempre le hacían bromas: su prima Lucía. Lucía era una niña dulce y amable, pero sus primos encontraban divertido gastarle bromas pesadas.

Le escondían sus juguetes, le asustaban en la oscuridad o le hacían creer que había fantasmas en su casa. Aunque al principio Lucía reía junto con ellos, poco a poco empezó a sentirse triste y frustrada por ser el blanco constante de las bromas.

Un día, mientras caminaban por los campos de Tucumán, Gregorio y José Ignacio se encontraron con un anciano sabio llamado Don Manuel. Ellos le contaron sobre todas las travesuras que habían hecho a Lucía y cómo ahora ella ya no parecía feliz como antes.

Don Manuel escuchó atentamente a los niños y les dijo: "Mis queridos amigos, las bromas pueden ser divertidas si todos se ríen al final. Pero cuando alguien resulta herido o triste, eso ya no es diversión".

Los niños bajaron la cabeza avergonzados por lo que habían hecho. "Don Manuel tiene razón", dijo Gregorio reflexionando sobre sus acciones pasadas. "Nos hemos comportado mal con nuestra prima Lucía". José Ignacio asintió con tristeza. "Debemos disculparnos sinceramente con ella", agregó.

Decidieron ir inmediatamente a buscar a Lucía y contarle cómo se sentían. La encontraron en el jardín, solitaria y con lágrimas en los ojos. Lucía al verlos se sorprendió y preguntó: "¿Qué quieren de mí esta vez?".

Gregorio tomó la mano de su prima y dijo: "Lucía, queremos pedirte disculpas por todas las bromas pesadas que te hemos hecho. Nos dimos cuenta de que no estábamos siendo buenos primos ni amigos". José Ignacio asintió con determinación.

"A partir de ahora, prometemos ser más amables contigo y respetar tus sentimientos". Lucía miró a sus primos sorprendida pero luego sonrió tímidamente. "Gracias por decir eso", dijo ella.

"Realmente me habían lastimado las bromas, pero estoy dispuesta a perdonar si realmente cambian". Desde ese día, Gregorio y José Ignacio cumplieron su promesa. En lugar de hacerle bromas pesadas a Lucía, comenzaron a jugar juntos como verdaderos amigos.

Descubrieron que podían divertirse mucho más disfrutando del compañerismo en lugar de causar daño. Con el paso del tiempo, los tres primos se volvieron inseparables. Compartieron risas, aventuras e incluso momentos difíciles juntos. Aprendieron la importancia de ser amables y respetuosos con los demás.

Y así fue como Gregorio, José Ignacio y Lucía aprendieron una valiosa lección sobre la amistad y la empatía en aquel pequeño pueblo de Tucumán en 1810.

Juntos demostraron que es posible cambiar nuestras acciones para mejor cuando nos damos cuenta del daño que hemos causado.

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