La Doctora y el chico del saco negro



Era una noche despejada en el parque de la ciudad. Las estrellas brillaban con fuerza y todo parecía en calma. La Doctora Rosa, una mujer amable y cachetona que siempre usaba su bata blanca, paseaba por el parque tras haber terminado su jornada en el hospital. De repente, se cruzó con un chico flaco que llevaba un saco negro.

El chico se llamaba Tomás y estaba sentado en un banco, mirando al cielo. Su rostro reflejaba curiosidad, como si estuviera buscando respuestas en las estrellas.

Cuando la Doctora Rosa lo vio, se sintió atraída por su mirada. Ella sonrió y se acercó.

"¿Te gustan las estrellas?" - le preguntó Rosa.

Tomás, sorprendido por la pregunta, asintió.

"Sí, son mágicas. A veces creo que cuentan historias de lo que pasó y lo que pasará" - respondió, mientras sus ojos brillaban.

Rosa sonrió, intrigada. Se sentó en el banco junto a él y ambos miraron hacia arriba, perdidos en el universo.

"Sabías que los antiguos navegantes usaban las estrellas para encontrar su camino en el mar?" - comentó Rosa, emocionada por compartir conocimiento.

"¡No! Eso es increíble. ¿Cómo lo hacían?" - preguntó Tomás con los ojos muy abiertos.

"Usaban constelaciones como guías. Cada estrella era un punto de referencia" - explicó Rosa mientras señalaba una constelación. "Por ejemplo, la Osa Mayor, que ayuda a encontrar el Norte".

El chico, fascinado, empezó a hacer preguntas sobre los astros y cómo los científicos podían saber tanto.

"Y si hay tantos secretos en el universo, ¿cómo sabe un doctor cómo ayudar a las personas?" - inquirió Tomás, siempre curioso.

Rosa rió suavemente "Es verdad, cada paciente es un misterio. Para resolverlo, tenemos que aprender mucho, entender los síntomas, escuchar sus historias" - dijo, poniendo énfasis en la importancia de la escucha.

De repente, Tomás se sintió un poco nostálgico. "A veces me siento un poco perdido. No sé qué quiero hacer en el futuro. ¿Cómo sabes qué camino tomar?" - confesó.

La Doctora lo miró con comprensión. "Es normal sentirse así. Yo también me sentí perdida una vez. Pero lo importante es explorar, probar cosas nuevas, y lo más valioso: no tener miedo de preguntar y aprender".

Aunque Tomás se sintió más aliviado, todavía tenía dudas. Justo en ese momento, una estrella fugaz recorrió el cielo, y ambos lo vieron.

"¡Mira!" - exclamó Rosa. "Dicen que al ver una estrella fugaz, podés pedir un deseo".

Tomás cerró los ojos y pensó por un momento. Cuando los abrió, dijo: "Deseo saber qué quiero hacer".

"Ese deseo ya es el primer paso. Ahora, cuando llegues a casa, hacé una lista de las cosas que más te gustan y probá diferentes actividades" - sugirió Rosa, mientras se levantaba del banco. "Nunca subestimes el poder de tus pasiones; ellas te guiarán".

Tomás sonrió, sintiéndose inspirado. "Gracias, Doctora. Prometo que lo haré".

Rosa se despidió con un gesto amable y decidió seguir su camino por el parque, aunque no sin antes mirar nuevamente las estrellas. Se sintió feliz de haber compartido un momento tan especial con alguien tan curioso.

Días pasaron. Tomás empezó a explorar sus intereses: pintó un cuadro, tocó guitarra, y hasta ayudó en una biblioteca. Cada nueva experiencia lo acercaba más a entenderse a sí mismo y a sus sueños.

Finalmente, una semana después, se encontró con Rosa otra vez en el parque.

"¡Doctora!" - gritó, lleno de entusiasmo.

"¡Tomás! Mirá cómo brillas" - respondió ella, notando la energía que él irradiaba.

"¡Hice la lista y probé varias cosas! Ahora sé que me encanta la música. Quiero tocar en un grupo" - dijo, lleno de emoción.

"Eso es maravilloso. La música puede conectar a las personas, igual que las estrellas" - respondió Rosa, orgullosa de su valentía.

"Y quiero ayudar a los demás como usted lo hace" - agregó Tomás, con determinación.

Ambos sonrieron, sabiendo que este encuentro había cambiado sus vidas. La Doctora Rosa siguió su camino, pero en su corazón guardaba la esperanza de que la chispa de curiosidad y valentía que había encendido en Tomás continuara brillando. Esa noche, bajo el mismo manto estrellado, se sintieron más conectados que nunca, como si esos puntos de luz en el cielo les recordaran que siempre hay un camino a seguir si uno se atreve a soñarlo.

FIN.

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