La dulce magia de Felicitas


Había una vez una niña llamada Felicitas que vivía en un pequeño pueblo frente a una hermosa plaza.

A Felicitas le encantaba visitar la plaza todos los días después de la escuela para jugar con sus amigos y disfrutar del aire libre. Un caluroso día de verano, mientras Felicitas jugaba en la plaza, sintió un fuerte antojo de helado. Miró alrededor y vio una heladería justo al otro lado de la calle.

Sin dudarlo, corrió hacia allí emocionada por satisfacer su deseo. Cuando entró en la heladería, se encontró con el dueño, Don Mario, un hombre amable y sonriente. El mostrador estaba lleno de sabores deliciosos y coloridos que hacían agua la boca.

Felicitas observó cada uno de los sabores intentando decidirse por cuál elegir. Finalmente, se decidió por el sabor arcoíris: un helado multicolor que parecía mágico. Don Mario le sirvió el helado a Felicitas y ella dio un mordisco feliz.

Pero justo cuando iba a dar otro bocado, algo inesperado sucedió: ¡el helado cayó al piso! Felicitas quedó devastada. Don Mario se acercó rápidamente para consolarla y le dijo: "No te preocupes, pequeña. Te prepararé otro helado sin cargo".

Y así lo hizo. Esta vez eligió el sabor chocolate con nueces. Mientras disfrutaba su nuevo helado, Felicitas notó algo especial en Don Mario; tenía una sonrisa brillante y ojos llenos de bondad.

Decidió preguntarle por qué era tan amable. "Don Mario, ¿por qué siempre eres tan amable y generoso con todos?" -preguntó Felicitas curiosa. Don Mario sonrió y respondió: "Porque creo que la bondad puede hacer una gran diferencia en el mundo.

Cuando trato a los demás con amabilidad, les brindo un poco de alegría en sus vidas". Felicitas quedó impresionada por estas palabras. Ella también quería hacer una diferencia en el mundo y traer alegría a las personas. Pero no sabía cómo.

"¿Cómo puedo ser amable como usted, Don Mario?" -preguntó Felicitas esperanzada. Don Mario le dio unas monedas a Felicitas y le dijo: "Aquí tienes, pequeña. Ve al parque de diversiones cercano y compra helados para tus amigos.

Verás cómo su felicidad te llenará de alegría". Felicitas siguió el consejo de Don Mario y corrió hacia el parque de diversiones. Compró helados para todos sus amigos y se los entregó con una gran sonrisa en su rostro.

La alegría que vio en los ojos de sus amigos fue maravillosa. Todos estaban emocionados y muy agradecidos por el gesto de Felicitas. Desde ese día, Felicitas se convirtió en la niña más amable del pueblo.

Cada vez que alguien necesitaba ayuda o un poco de amor, allí estaba ella dispuesta a brindarlo sin dudarlo. La gente comenzó a llamarla "Felicitas la bondadosa" porque siempre estaba dispuesta a ayudar sin pedir nada a cambio.

Y así, Felicitas aprendió que la bondad y la generosidad pueden marcar una gran diferencia en el mundo.

Y aunque comenzó con un simple helado, su acto de amabilidad se extendió a todos los rincones del pueblo, llenando los corazones de las personas con felicidad. Desde aquel día, cada vez que Felicitas visitaba la heladería frente a la plaza, Don Mario le recordaba lo especial que era y cómo su bondad había hecho del mundo un lugar mejor.

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