La Dulce Soledad de Valentina



Valentina era una niña que amaba el Halloween más que ninguna otra festividad. Este año, el día 31 de octubre estaba a la vuelta de la esquina, y Valentina no podía contener la emoción. Sabía que los dulces eran la parte más divertida de la celebración, así que se preparó para salir a buscar la mayor cantidad posible.

"¡Mamá, papá! ¡Esta noche me voy a llenar de dulces!" - gritó Valentina mientras iba de un lado a otro, probándose su disfraz de brujita.

Sus padres sonrieron y le recordaron que no se alejara demasiado y volviera a casa antes de que oscureciera.

"¡Prometo que volveré a tiempo! ¡Aprovecharé cada rincón del barrio!" - respondió Valentina, llena de energía.

Cuando la noche llegó, Valentina salió con su disfraz, una bolsa de tela vacía y una gran sonrisa. Saltó de casa en casa, diciendo

"¡Truco o trato!" y recolectando una gran cantidad de caramelos, chocolates y golosinas. La emoción la llevó a ir más lejos de lo que había planeado.

Sin embargo, el tiempo pasó volando. Estaba tan concentrada en buscar dulces que no se dio cuenta de que había cruzado al barrio vecino. De repente, se dio cuenta de que no sabía cómo volver a su casa. Miró a su alrededor, y el lugar le parecía extraño y desierto.

"Mmm, esto no es bueno..." - susurró para sí misma.

Valentina intentó recordar el camino, pero los edificios le parecían cada vez más altos y desconocidos. Al poco tiempo, se dio cuenta de que estaba perdida.

Aunque estaba asustada, su papá la había enseñado que en situaciones difíciles debía mantener la calma. Se sentó en el borde de la vereda, tomando aliento mientras pensaba en cómo resolverlo.

"Quizás si sigo buscando, encuentro a alguien que conozca el camino..." - murmuró.

De pronto, un perro callejero se le acercó, moviendo la cola felizmente.

"Hola, pequeño amigo. ¿Tú sabes cómo volver a casa?" - le preguntó Valentina, acariciándole la cabeza. El perro ladró y movió la cola hacia un sendero en el que se veían luces.

Con el corazón latiendo rápido, Valentina decidió seguir al perro. Mientras caminaban, Valentina se dio cuenta de que la situación era una excelente oportunidad para aprender. Casi todos los días había escuchado a su mamá hablar sobre ser responsable y conocerse a uno mismo. Esto era una gran prueba.

Al llegar a un parque, Valentina vio a otros niños jugando mientras hacían un fogón y asaban malvaviscos.

"¡Hola!" - saludó Valentina, acercándose.

"¡Hola! ¿Te gustaría unirte a nosotros?" - respondió un niño con una sonrisa amable.

Valentina se sintió más tranquila. Aunque estaba perdida, había encontrado compañía. Se sentó con ellos y compartió los dulces que había recolectado, disfrutando del calor del fuego y de risas.

"Se ven muy felices. ¿Ustedes también van a salir a pedir dulces?" - preguntó Valentina.

"Sí, pero primero tenemos que hacer un poco de fogata. ¿Quieres hacer malvaviscos?" - dijo otro niño con entusiasmo.

Valentina se unió a ellos, y aunque extrañaba a sus padres, la calidez de la compañía la hizo sentir mejor. Pronto, el perro regresó, como si supiera que Valentina lo había estado buscando.

"¡Mira, aquí está mi amigo!" - exclamó Valentina mientras señalaba al perro. "Me ayudó a encontrarme."

"¡Qué bueno! Es un perro muy inteligente," - dijo el niño de antes. "Puedes quedarte aquí con nosotros hasta que encuentres el camino a casa."

Valentina se sintió agradecida, pero sabía que debía regresar. Entonces, se despidió de sus nuevos amigos, prometiendo regresar otro día. Siguió al perro por un camino que le pareció familiar. Después de un rato de dar vueltas, finalmente reconoció la entrada de su casa, y a lo lejos vio a sus padres, preocupados y buscando por Doña Marta, la vecina.

"¡Valentina!" - gritaron al verla.

Valentina corrió hacia ellos, llena de alegría.

"¡Papá, mamá! ¡Estoy bien! Pero me distraje buscando dulces..." - explicó con un tono de arrepentimiento.

"Lo más importante es que estás a salvo. Aprendiste una buena lección, ¿no?" - dijo su mamá, abrazándola fuertemente.

Desde ese día, Valentina se volvió más consciente de sus decisiones. Aprendió que el Halloween era solo una noche, pero lo importante era cuidar de sí misma y de aquellos que la querían. Sabía que los dulces estarían siempre allí, pero los momentos compartidos y la familia eran lo más dulce de todo.

Así, Valentina, después de esa experiencia, decidió compartir su amor por los dulces con todos sus nuevos amigos. Nunca volvió a salir sola, y siempre disfrutó de cada Halloween rodeada de amor y compañía.

FIN.

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