La dulce sorpresa de María
Había una vez una niña llamada María, que vivía en un pequeño pueblo rodeado de hermosos paisajes. María era muy cariñosa y siempre buscaba la forma de alegrar a las personas que quería.
Un día, decidió hacerle una sorpresa especial a su abuela y prepararle una deliciosa torta. María se levantó temprano por la mañana y comenzó a reunir todos los ingredientes necesarios para hacer la torta: harina, huevos, azúcar y mucho amor.
Mientras mezclaba los ingredientes, imaginaba la sonrisa de su abuela al recibir ese regalo tan especial. Cuando la torta estuvo lista, María la colocó con cuidado en un hermoso plato decorado con flores.
Estaba tan emocionada por llevarla a casa de su abuela que no podía esperar más. Se despidió de sus padres y emprendió el camino hacia la casa de su abuela.
El sol brillaba radiante en el cielo y el aire fresco acariciaba el rostro de María mientras caminaba por el sendero que llevaba a la casa de su abuela. Pero justo cuando estaba llegando al final del camino, escuchó un ruido extraño proveniente del bosque cercano.
María se detuvo y miró con curiosidad hacia el lugar donde provenía aquel ruido. Fue entonces cuando vio a un pequeño conejito atrapado entre unas ramas espinosas. Sin pensarlo dos veces, María corrió hacia él para ayudarlo. Con mucho cuidado, liberó al conejito y lo sostuvo en sus brazos.
El conejito parecía asustado, pero María lo acarició suavemente y lo reconfortó. Decidió llevarlo consigo hasta la casa de su abuela para que pudiera recuperarse.
Cuando llegaron a la casa de su abuela, María abrió la puerta con una sonrisa en el rostro. Para su sorpresa, encontró a su abuela acostada en la cama con un resfriado. Su carita se llenó de preocupación y decidió dejar al conejito en un lugar seguro mientras atendía a su abuela.
María preparó una infusión de hierbas calientes para su abuela y le entregó la torta como regalo sorpresa. La abuela sonrió débilmente y le agradeció por todo el amor que había puesto en ese gesto tan especial.
Mientras María cuidaba de su abuela, notó cómo el conejito comenzaba a moverse inquieto dentro de la caja donde lo había dejado. Se acercó rápidamente y vio cómo el conejito saltaba hacia ella con alegría.
La niña entendió entonces que el conejito había estado esperando pacientemente a que ella cumpliera con su deber más importante: cuidar y alegrar a las personas que amaba.
María comprendió que las cosas no siempre salen como uno planea, pero siempre hay oportunidades para hacer algo bueno por los demás. Desde aquel día, María aprendió a valorar aún más el poder del amor y las pequeñas acciones cotidianas.
Cada vez que visitaba a su abuela o ayudaba a alguien necesitado, recordaba al conejito como símbolo de perseverancia y bondad. Y así fue como María siguió alegrando los corazones de las personas que la rodeaban, siempre dispuesta a hacer el bien y compartir su amor con el mundo.
FIN.