La escalada del árbol tobogán



Había una vez un niño llamado Tomás que vivía en una casa rodeada de árboles. Uno de ellos, en particular, le llamaba la atención: era grande y frondoso, con ramas retorcidas que formaban un tobogán natural.

Un día, mientras jugaba con su pelota en el jardín, notó que su perro Bruno había desaparecido. Lo buscó por todas partes hasta que llegó al pie del árbol tobogán y lo encontró allí arriba, ladrando emocionado.

Tomás se acercó para ver qué había pasado y descubrió que Bruno había subido por las ramas del árbol. Al mirar hacia abajo, vio el mundo desde una perspectiva diferente y se sintió lleno de energía. -¡Bruno! ¿Cómo subiste tan alto? -preguntó Tomás sorprendido.

Bruno movió la cola felizmente mientras bajaba por las ramas del árbol. Desde ese momento, cada vez que salían al jardín a jugar juntos, Bruno corría directamente hacia el árbol tobogán para escalarlo.

Un día, mientras Tomás observaba a su amigo canino trepar por las ramas del árbol tobogán, decidió intentarlo él mismo. Con algo de esfuerzo y concentración logró llegar hasta la cima del árbol.

Allí arriba se sintió libre como un pájaro y disfrutó de la vista panorámica. Desde entonces, subir al árbol tobogán se convirtió en el juego favorito de Tomás y Bruno. Juntos exploraron cada rama y cada hoja del gigante verde.

Pero un día, mientras jugaban en el jardín, la pelota de Tomás se escapó y rodó hasta el borde del bosque. Sin pensarlo dos veces, Tomás corrió tras ella con Bruno a su lado. Al adentrarse en el bosque, los amigos descubrieron una cueva oculta detrás de unos arbustos.

Con curiosidad, se acercaron para investigar y encontraron dentro algo que les dejó sin aliento: una familia de zorros había hecho su hogar allí. -¡Mira! ¡Son tan lindos! -exclamó Tomás emocionado.

Los zorritos salieron tímidamente de la cueva y empezaron a jugar con Bruno y Tomás. La pelota olvidada quedó atrás mientras disfrutaban de la inesperada aventura.

Al caer la tarde, Tomás y Bruno regresaron a casa cansados pero felices después de haber vivido una experiencia inolvidable en el bosque. Al llegar al jardín notaron que habían pasado horas desde que habían empezado a jugar juntos. -¿Qué hora es? -se preguntó Tomás sorprendido-. Parece que hemos viajado en el tiempo.

Bruno movió la cola contento mientras miraba hacia arriba, donde brillaban las estrellas del cielo nocturno sobre ellos. Tomás entendió entonces que cada momento compartido con sus amigos era valioso e irrepetible como las hojas del árbol tobogán.

Y aunque no sabía qué aventuras le esperaban mañana, estaba seguro de que siempre tendría un amigo fiel para compartirlo todo: su perro Bruno.

FIN.

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